Sentirte afortunado

Nos prevenimos de los que quieren cambiar el sistema, pero no de los que lo están pisoteando

Toca volver a votar. Eso debería ser una buena noticia, deberíamos sentir ilusión, una nueva fiesta de la democracia. Pero, en mi caso, si les soy franco, lo que me produce es pereza. Con solo pensar en aguantar otra campaña con los mismos personajes, me dan ganas de hacerme una cabaña en Walden. Nunca he votado tanto con tan pocas ganas. Entiendo perfectamente que votar es un lujo para los que venían de la dictadura, pero para mí, que he crecido en democracia, no lo es. Para mí es como si me pidieran que me sienta afortunado por poder tener tele en color o teléfono móvil. Pues mire usted, no. Para mí votar no es un lujo, es una parte indisoluble de mi mundo. En mi realidad no es concebible otra cosa que la democracia, pero lo que sí que es concebible es tener una democracia muy deficiente, donde ir a votar sea una prueba de tolerancia olfativa. Y eso no es una falta de respeto a la gente que luchó contra la dictadura, ni quiere decir que no valore la democracia. Quiere decir que no me gusta el estado de la nuestra, simplemente.

En mi mundo, de hecho, el riesgo de la democracia no es perderla, es degradarla. El peligro no es un levantamiento, es el abatimiento. La desilusión. Y que te acabe dando igual votar a un mentiroso, a un corrupto o a un loco. Ese es el franquismo de mi realidad. Que las elecciones se acaben viendo como algo ajeno, absurdo e inútil. Y lo siento por toda la gente que no pudo votar y lo pasó fatal, pero quizá esa es la gente que más molesta tendría que estar. Votamos dos veces hace apenas dos años, y vamos camino de volver exactamente al mismo punto, con exactamente los mismos protagonistas, por tercera vez. ¿Para qué?

Y hacerte una pregunta tan obvia es suficiente para ser calificado de inmediato como antisistema, como peligro para la democracia, pero no he visto nunca que se te acuse de nada por defender el voto para un corrupto o un mentiroso. Nos prevenimos de los que quieren cambiar el sistema, pero no de los que lo están pisoteando. Ni de los que anteponen la estabilidad a la ética, para dejarnos una y otra vez sin ética y sin estabilidad. Y, de nuevo, nos dirán que es mejor lo malo corrompido que lo bueno por conocer. Pero no es eso lo que más me cabrea. Lo peor de todo es que encima te tengas que sentir muy afortunado. Pues, lo siento, igual no tanto.

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