Sevilla mariana (y laica)

No participo de la larga cofradía que viene atizando sin piedad a los objetores de los murales de la Macarena

El Servicio Andaluz de Salud, dentro del proyecto de remodelación del Hospital Universitario Virgen Macarena, ha decidido decorar el pasillo de una de sus plantas con un mural de gran tamaño que recoge distintas representaciones de la Virgen, venerada en su Basílica pocos metros más abajo, realizadas por distintos artistas sevillanos. La cuestión hubiera pasado desapercibida si no fuera por la difusión dada por una cantidad considerable de twiteros con alma de pregonero y, sobre todo, por la reacción airada de la asociación Sevilla Laica comunicado mediante.

Básicamente, denuncia el citado colectivo que la instalación del mural de contenido confesional conculca el carácter aconfesional del Estado consagrado en la Constitución, sitúa la pretendida infracción como una falta de respeto a los usuarios del hospital que no tienen por qué ser católicos ni siquiera creyentes, para terminar solicitando la supresión de los nombres religiosos de los edificios públicos. Personalmente no comulgo con los argumentos de la Asociación, más que nada por el indiscutible carácter popular de la imagen que la trasciende mucho más allá del simple icono religioso o clerical, lo que ya de por sí justifica con creces el nombre del edificio. Cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento sobre la ciudad sabe que un hipotético cambio de denominación provocaría un aluvión de protestas a las que también se sumaría mucha gente que no ha pisado una iglesia en su vida.

Sin embargo, y dicho lo anterior, no participo de la larga cofradía que viene atizando sin piedad a los objetores. Es más, y dejando en un segundo plano a esta u otra imagen, pienso que las cofradías y todo su mundo alrededor deben andarse con tiento en su relación con la sociedad civil, delimitando con claridad cuál es su campo de actuación y cuales sus cauces para desarrollar sus fines. En una sociedad cada vez más secularizada, donde las manifestaciones religiosas populares requieren de la cooperación leal de las instituciones del Estado, ciertos excesos de presencia no hacen sino propiciar una creciente desafección que hasta ahora, afortunadamente, no ha pasado de la anécdota. Un mural, dicen, como mejor consuelo en estos tiempos de desesperanza, y será así, pero no tanto como los cientos de estampas que coronan las camas de los hospitales. Y contra esas, seguro, no hay colectivo que suprimirlas pueda.

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