LA consigna impuesta por la dirección del PSOE, a nivel nacional, y en Andalucía en particular, es que sólo van a hablar de elecciones municipales y autonómicas. Ni las consecuencias internas de la confirmación, por parte de Zapatero, de que no se presentará a las próximas generales, con las consiguientes cábalas sobre la identidad del sucesor o sucesora, ni el procedimiento para elegirlo, van a ser tratados, al menos oficialmente, hasta después del 22-M. Bueno, pues vale. Pero aunque esta instrucción la cumplan a rajatabla, cuando menos en público, los principales dirigentes, como han hecho Rubalcaba, Bono, Blanco o Chacón, no es menos cierto que en todos los medios informativos, foros de opinión, mentideros, y hasta en las tertulias de café, con políticos o sin políticos, este va a ser el tema preferido hasta que se despejen las incógnitas. Los silencios oficiales siempre se ven desbordados por las curiosidades reales. Y por mucho que se empeñen en la política de oídos sordos y lenguas quietas, no van a poder evitar, sino todo lo contrario, que las especulaciones se disparen, como se ha comprobado a lo largo de esta semana.

En Andalucía, por añadidura, la dimisión de Pizarro, hace ahora una semana, ha abierto otro boquete en el normal -lo de normal es un decir- funcionamiento del PSOE, imposible de tapar, a pesar de la inmediatez de su relevo. Porque eso de decir que un consejero se va, llega otro y no pasa nada, suena a chiste, a chiste fácil. Porque, además de que las circunstancias son las peores en que se podría haber producido la dimisión de cualquier consejero, resulta que Luis Pizarro no era cualquier consejero. No nos podemos olvidar de aquel triunvirato, Pizarro, Zarrías y Caballos, que, a pesar de sus diferencias personales, le organizaron a Chaves un envidiado aparato de control del partido, del Gobierno y del grupo parlamentario. En aquella época hicieron del socialismo andaluz la organización más fuerte, y en algunos casos más temida, de toda España. Por eso, la dimisión de Pizarro no es una anécdota, sino todo un síntoma de ese periodo convulso, y lleno de incógnitas, que está viviendo el PSOE andaluz, desde que Chaves y Zarrías volaron hacia Madrid. La dimisión de Velasco fue un aviso, y tal vez la de Pizarro también lo sea antes del trompetazo final.

De todo esto se va a hablar, y mucho, antes de las elecciones municipales, a las que se invoca como un muro de contención, por aquello del interés supremo del partido, pero cuya proximidad no va a ser suficiente para apagar el rescoldo del fuego interno socialista. Y después de las elecciones -¡ay, después de las elecciones!- nos enteraremos de verdad de lo que está pasando ahora, el tiempo del silencio, se rueda.

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