Socialdemocracia

En el mundo bárbaro, liberales y socialdemócratas parecen príncipes 'hamletianos' perdidos en Elsinor

Conozco a un adolescente al que le gusta mucho la política, pero que no soporta oír dos palabras: una de ellas es liberalismo; la otra es socialdemocracia. En cambio, a ese adolescente le encantan las ideologías que gritan mucho y siempre están señalando a alguien con un dedo acusatorio. A veces, ese adolescente se inclina por la extrema derecha y otras por la extrema izquierda -los adolescentes son veleidosos, como los italianos, que han acabado teniendo un G obierno que es una amalgama de ambas ideologías, con lo peor de cada una-, pero lo que no varía nunca es la seducción que ejercen en él los vocablos contundentes. "Traidor", "asesino de animales", "feminicida", "ocupante", "invasor", "purria". Podría seguir y seguir.

En una sociedad cada vez más adolescente -por la banalidad generalizada, por el narcisismo, por la incultura que se enorgullece de sí misma-, y en la que encima hay grandes capas de la población condenadas a vivir con sueldos miserables o con escasas esperanzas de encontrar un trabajo, esta visión adolescente de la vida está ganando cada vez más protagonismo. Los populismos, la xenofobia, el griterío histérico, y lo peor de todo, una visión hooligan de la contienda política: todos estos fenómenos se fundan en este proceso que nos va convirtiendo en adolescentes perpetuos.

En estas condiciones, el liberalismo y la socialdemocracia se han convertido en ideologías muy poco atractivas. En un mundo dominado por los métodos bárbaros de Juego de tronos, liberales y socialdemócratas parecen príncipes hamletianos perdidos entre las nieblas de Elsinor. Son seres dubitativos que no parecen encontrar un remedio para un mundo que está cambiando muy deprisa. Son seres irritantemente lentos en un mundo que se mueve a toda velocidad. Y para empeorarlo todo, a su alrededor hay demasiados espectros, demasiados conspiradores, demasiados cortesanos escondidos detrás de las cortinas. Todo son sospechas de corrupción y de complicidad con los poderosos. Todos son signos de debilidad y de ineficacia.

Esto, por supuesto, es una tragedia para todos nosotros. Y por eso uno tiene esperanzas en que la socialdemocracia -una socialdemocracia eficaz que no sea mercadotecnia ni populismo disfrazado- pueda gobernar con éxito en algún sitio. Por ejemplo, aquí mismo.

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