Solidarios

Poco cabe esperar de los histriones que exhiben su condolencia en dramas que nos afectan a todos

Hay gente noble, generosa y desinteresada que entrega su tiempo para contribuir a remediar en la medida de sus posibilidades las mil injusticias de este mundo, a menudo de manera discreta o al menos sin alardes, incluso cuando esa contribución trasciende los gestos aislados y se articula, como parece aconsejable si se quiere que las cosas cambien de forma duradera, a través de la acción política. Algunos de ellos transforman esa dedicación en un modo de vida y se convierten, sin dejar de hacer el bien, en activistas, digamos, profesionales, integrados en agrupaciones muy distintas, pero igualmente admirables en las que coinciden oficios de lo más diverso: religiosos, médicos, maestros, técnicos, cuidadores, psicólogos o asistentes sociales. Con frecuencia ejercen su impagable trabajo en condiciones duras o muy duras y encima deben sobrellevar los extendidos prejuicios -contra los miembros de la Iglesia, contra las ONG, contra las propias instituciones del Estado- de quienes se permiten desmerecer o hasta impugnar su labor humanitaria.

Al margen de las creencias, son dignas de respeto las personas que se baten en la primera línea y en cambio dan un poco de grima todos esos sermoneadores que, instalados en la confortable retaguardia, no pierden ocasión de impartir lecciones en cuanto la actualidad adquiere los tristísimos tonos de la crónica negra. Sean guerras devastadoras o catástrofes naturales o crímenes horrendos, los adictos a las desgracias se alimentan de ellas como buitres carroñeros, usando el dolor ajeno como un medio de autoafirmación. Hay varios rasgos que permiten distinguir esta actitud parasitaria: la falta absoluta de pudor, la complacencia en un patetismo rayano en la pornografía y sobre todo la grosera ostentación de una actitud de superioridad moral que se sirve de la eventual tragedia del día -aunque por motivos no siempre confesables, algunas les parecen más adecuadas que otras- para elevarse por encima del resto. Sois todos culpables, parecen decir o dicen literalmente, y queda claro que para ellos, los denunciantes de guardia, no rige esa supuesta culpabilidad colectiva.

De sus responsabilidades individuales, de la forma en que encaran las oportunidades que ofrece la vida no pública para practicar una solidaridad real, no sabemos nada, pero poco cabe esperar de los histriones que exhiben su condolencia en dramas que nos afectan a todos. En el fondo, salvo en la pose, no se diferencian de esos lamentables sujetos que se hacen autorretratos sonrientes o incluso pretendidamente cómicos junto a las vías malditas de Auschwitz.

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