El recién terminado 2022 será recordado por la barbarie desatada por el ejército ruso en Ucrania. Mientras que olvidaremos con facilidad el insufrible clima político mediático que hemos soportado a lo largo de esos meses. Aunque Putin sorprenda al mundo con el anuncio de un breve alto el fuego, no parece que vaya a tener la menor consecuencia para una guerra a la que no se le ve el final. Que aunque nos pueda parecer ajeno y lejano, el conflicto ucraniano impacta más en nuestras vidas que todo el ruido y la furia de la política nacional. Nada de esa guerra nos es ajeno. Aunque la tragedia la sufra valerosamente el pueblo de Ucrania, la verdadera intención de la guerra de Putin va dirigida contra la hegemonía de las democracias liberales surgida del fin de la guerra fría y por su nostalgia del mundo bipolar, del que URSS era una de sus caras. En aquel tiempo, si seguimos el brillante relato de Le Carré, la partida de ajedrez de la disuasión nuclear la jugaban los servicios de inteligencia del Este y del Oeste, convertidos en motor de la historia. Por eso sorprende que Putin, oscuro agente del KGB, ordenase la invasión de Ucrania ignorando la realidad, convencido de que de un zarpazo se haría con el poder e impondría un gobierno títere. Que actuase como aquellos gobernantes sonámbulos, así llamados por el historiador Christofer Clark, cuyo inmenso error de cálculo provocó la I Guerra Mundial y no quisieron ver la inmensa atrocidad que provocarían en Europa. Putin erró gravemente calculando mal sus propias fuerzas, sonámbulo también ante la inmensa tragedia que causaría. Ucrania sería una presa fácil y occidente, dividido y castigado por las crisis económicas y la pandemia, no tendría capacidad de reacción y abandonaría a su suerte al pueblo ucraniano. Convencido de que había llegado el momento, ante la debilidad de occidente, de avanzar hacia su objetivo de restituir, bajo su poder absoluto, el imperio soviético y volver a las fronteras del viejo "telón de acero".

El impacto de la guerra sobre nuestras vidas es enorme y es la causa de muchos de los problemas a los que nos enfrentamos: precios de la energía, inflación, inestabilidad e incertidumbre, etc. Es una desgracia no podemos esperar hacerles frente desde un mínimo de unidad y de responsabilidad compartida. Tampoco fue posible en la pandemia. Parecemos también sonámbulos, incapaces de ver el daño que nos estamos causando.

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