El prisma

Javier / Gómez

Sopranos y barítonos

UNO de los misterios más bellos de la naturaleza, de esos que nos inclinan a pensar que nada de todo esto puede ser fruto de una casualidad cósmica, es el canto de las ballenas. En California, un grupo de biólogos marinos trata de descifrar las razones de un descubrimiento sorprendente: las ballenas azules cada vez cantan más grave. No es que en los años 60 fueran Ainhoa Arteta y ahora Carlos Álvarez, pero los científicos han calibrado en media octava la bajada de tono en la enigmática habla de estos solitarios gigantes, que parecen haberse puesto de acuerdo en todos los océanos para ser un poquito menos estridentes.

El canto de la ballena azul, el más grande los mamíferos, tiene una frecuencia tan baja que apenas es perceptible para el oído humano. Según sostienen los expertos en un magnífico artículo publicado esta semana en Los Angeles Times, si una grabación se pusiera a todo volumen en un auditorio cerrado, se sentiría tanto en la vibración del pecho como en los tímpanos. Aunque para hacerse una idea de lo eficaz de sus comunicaciones, baste decir que el canto de una ballena puede ser percibido por otra a miles de kilómetros de distancia. La principal hipótesis que manejan los investigadores para este cambio de registro cetáceo es que la especie ya no está tan amenazada. Antes las ballenas azules, en peligro de extinción, gritaban para comunicarse con sus congéneres, y ahora no necesitan hacerlo tanto. Aunque sólo haya unas 10.000.

En cierto modo, algo similar, pero al revés, le está pasando a un gran aficionado a la ópera. El presidente de la Junta, José Antonio Griñán, lleva meses en un tono que no es el suyo porque hay demasiadas voces en el PSOE andaluz. Posiblemente a mediados de marzo, cuando se aclare la nueva dirección de los socialistas, volverá a bajar media octava.

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