Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Tarde, mal y nunca

Después de darme una colleja, mi abuela me espetaba: "Tarde, mal y nunca… ¡Para que aprendas!". Era su manera de hacerme saber que algo estaba mal hecho. Lo cierto es que nos encontramos ya inmersos en la segunda oleada de la Covid y nuestra actuación bien podría ser sancionada con el "tarde, mal y nunca" de mi abuela. ¡Un desastre colectivo!

La primera pandemia nos dejó 300.000 afectados, 28.498 muertes confirmadas, 50.000 sanitarios contagiados, 20.000 fallecimientos en residencias, una crisis económica de mil palmos de narices…, y el sentimiento de que, tal vez, se había actuado tarde, mal y nunca. Además, se puso al descubierto que lo que había sido uno de los mejores servicios de salud, con la desnortada alegría con la que se hicieron los recortes y otras medidas descabelladas, se mantenía en pie gracias al esfuerzo y a la preparación de sus profesionales, pero eso sí, con pobres políticas de salud pública, débiles sistemas de vigilancia epidemiológica, baja capacidad para hacer PCR, falta de EPIs y equipos para cuidados intensivos…; es decir, frágiles para combatir una pandemia.

De cómo se hizo la desescalada del confinamiento mejor no hablar. Aún recuerdo a esos energúmenos cacerolando y gritando no sé qué de la libertad, y rabia da recordar la mamarrachada triunfalista con la que, una vez recuperada de nuevo las competencias sanitarias por parte de los gobiernos autónomos, se invitaba a la población a vivir la "nueva normalidad", pues había que reavivar la economía (que no se reavivó), mientras ellos (los gobiernos autónomos) -para prevenir y paliar los efectos del segundo brote-, con dinero de Europa reforzaban la atención primaria y la red de salud pública, contrataban suficientes rastreadores, habilitaban reservas de medicamentos, respiradores, reactivos… Por lo demás, con buen criterio, un grupo de expertos propuso la creación de una comisión técnica independiente para examinar lo que se hizo bien y mal y sacar las conclusiones oportunas, centrándose en aportar soluciones sin repartir culpas (ni al gobierno central ni a los autonómicos, ni siquiera a Díaz Ayuso, "Virgo iluminata")… Y de nuevo, por la descerebrada frivolidad política de todos, las cosas se han vuelto a hacer tarde, mal y nunca.

Lo cierto es que en nuestra provincia (valdría para toda España), con cifras de contagios alarmantes; con la vuelta a los colegios, el invierno y la gripe; con una población envejecida y una economía especialmente noqueada; con centros de salud saturados y colapsados; con déficit de plantilla y de infraestructuras; con colas para pedir citas y teléfonos que no responden; con una población que se mueve entre el hastío y la desconfianza (incluso ante los profesionales sanitarios: los que dan la cara), con un delegado de salud que reconoce que "no tenemos soluciones milagrosas", pero que él reza (¿para qué, si no hay milagro?)… En fin, un desastre que hubiera sido posible paliar en gran medida, si se hubiera trabajado analizando los errores, sin culpar a nadie, en silencio y coordinadamente. Así que, cállense ya y trabajen en silencio con dos dedos de luces, pues si no las collejas de mi abuela serán algo más que una amenaza. ¡Una desgracia para todos!

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