Publicada en diversos medios, leí no hace mucho una excelente entrevista al doctor Antonio Sitges-Serra, cirujano que ha ejercido durante 40 años en la sanidad pública y que acaba de escribir un libro rompedor -Si puede, no vaya al médico- en el que denuncia las graves disfunciones de la medicina moderna.

Así, señala el dañoso aumento de la sobrediagnosis, esto es, de la capacidad tecnológica que tenemos hoy para localizar enfermedades que no son tales o que, existiendo, probablemente jamás incidirán en la vida del paciente. Una vez diagnosticado, afirma Sitges-Serra, éste, además del estrés y del miedo que inexorablemente comienza a sufrir, cae en un círculo vicioso de revisiones y de dependencia hospitalaria. Junto a ello, añade, no debe olvidarse que las máquinas actuales exigen un personal altamente cualificado. Si no es el caso, y por desgracia puede no serlo, se multiplican los falsos positivos y el adelanto entorpece más que ayuda.

Tampoco aprecia ventajas en las intervenciones quirúrgicas robotizadas. El robot, avisa, hace la cirugía mucho más complicada, cara y prolongada, sin que los resultados sean significativamente superiores. Otros ejemplos, como el tipo de medicina que debería practicarse con personas de avanzada edad o la proliferación de vacunas, algunas de las cuales, a su parecer, sólo interesan a las farmacéuticas, le impulsan a formular su tesis básica: asistimos al desarrollo de una sociedad hipocondríaca y sobremedicada, en la que ni profanos ni profesionales sanitarios logran establecer una relación lógica con el hecho de la muerte. "Nadie quiere morirse, razona, ni tampoco queremos sentir dolor ni tristeza. Entonces se medicalizan la muerte, el dolor y la tristeza y sale ganando la industria, no las personas". Eso, unido al invento de enfermedades y al desahogo con el que se comercializan medicamentos que no son seguros, dibuja un panorama sombrío, en el que todo lo humano (la aflicción, el sexo, la nutrición, la fealdad, la estupidez…) se convierte en enfermedad con su correspondiente fármaco que alguien provechosamente fabrica.

No diré que la tiene toda. Pero a Sitges-Serra no le faltan razones para cimentar su discurso heterodoxo: pásense por una farmacia a cualquier hora y me cuentan. Miles, millones de recetas diarias aparentan fundamentar un mundo mejor. ¿Lo es? Permítanme, ante la evidencia de una población permanentemente drogada, ponerlo, al menos, en duda.

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