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Rafael / Padilla

Teoría de finales

PUDIERA parecer que lo ocurrido el pasado domingo entre los pilotos de motociclismo Rossi y Márquez no pasa de incidente menor, propio del circo de las carreras. Pero uno, que siempre busca explicación racional a las estupideces humanas, cree intuir en la patada de Valentino todo un grito de supervivencia, un último e inútil esfuerzo en la búsqueda del imposible logro de derrotar al tiempo. El italiano, un campeón formidable, sabe que sus años de gloria se acaban. No entiendo casual que escogiera -y digo bien, él así lo planificó- a Marc como coprotagonista del rifirrafe. Al cabo, Márquez simboliza la juventud que le rebasa, el ídolo del mañana, el astro llamado a igualar, si no a superar, sus hazañas.

Más allá de reglas, imágenes y polémicas, la actitud de Rossi ha de considerarse tan desesperada y errónea como humana. Nada hay más difícil para el hombre que comprender y aceptar el fin de sus brillos, la llegada de su ocaso, el despuntar del día en que ha de entregar el testigo. Duele y asusta el reconocerse ya en la cuneta, fuera de foco, camino de ese puñetero otoño que inexorablemente termina atrapándote. Es, por otra parte, circunstancia común: se trata de un drama que todos, o casi, habremos de afrontar. Tendremos que gestionar nuestro personal e íntimo final de ciclo con la pericia que nos alcance, sin estertores ridículos, con la deseable naturalidad de un tránsito sempiterno.

Me asombran las resistencias extemporáneas de tantos: en la política, en la empresa, en el trabajo y hasta en la familia, se dilatan sin sentido los reinados, impera una terca pervivencia de lo viejo, se amurallan los poderes caducos y se obstruye el franco fluir de la sangre nueva. Ante tan patético propósito, un poco de lógica: es de necios ignorar el instante en el que el mundo que habitas dejó de ser el tuyo; y de memos, el fingir que continúas dominando sus horas. En Canción de cuna, la película de Garci, uno de los personajes pronuncia la siguiente y genial frase: "La belleza del oficio consiste muy principalmente en marcar bien las pausas y en no alargar en demasía los finales". Regla cabal y sabia que no debiera olvidarse en el complejísimo oficio de vivir. Teoría de finales que aplican con talento los maestros del ajedrez. Porque todo muta y todo pasa, conviene preservar la dignidad, ahorrarse el esperpento, acatar el saludable transcurrir de los ritmos y no recibir con enojo y a coces el futuro.

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