J. M. Marqués Perales

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Teresa Rodríguez, por Antonio Mairena

El nacionalismo es la más emocional de todas las ideologías; a partir de cierta cantidad, es como si le echaran LSD al agua

El nacionalismo es la más emocional de todas las ideologías. Sus relatos argumentativos son fascinantes, pura elegía de pueblos heróicos que perdieron el paraíso original a manos del invasor. En el trasfondo, todos los nacionalismos son iguales, repiten los mismos esquemas y, aunque en pequeñas dosis aportan una necesaria autoestima, a partir de determinada cantidad provocan alucinaciones que llevan, en extremo, a enloquecimientos masivos. Como si le echasen LSD al agua corriente.

Teresa Rodríguez ha tocado todos los palos de la izquierda. El marxismo y la dialéctica izquierda-derecha están en el origen de Anticapitalistas. El peronismo populista, Ernesto Lacau y la disputa entre los de arriba y los de abajo forjaron Podemos como superación de lo anterior, y ahora se ha embarcado en este proyecto de nacionalismo andaluz de izquierdas, el sur contra el norte y viceversa. Con el español como idioma propio y una historia tan compartida con el resto de España que en sí misma es la propia historia del país, los ideólogos nacionalistas andaluces encontraron en el esplendor cultural y económico de Al Ándalus esa arcadia que otros hallaron en la Marca Hispánica y en el solar de los cromañones euskaldunes. Lo nuestro es un despropósito llamado al fracaso, porque la identificación del andaluz con los reinos musulmanes peninsulares llega donde nuestra admiración por la Alhambra. Somos hijos de esos "reinos castellanos" a los que Teresa Rodríguez señala como los catalanes a las tropas de Felipe V.

Teresa se nos ha puesto flamenca, y ha identificado a esta cultura como la expresión del pueblo gitano, al que considera una esencia de lo andaluz, ante las persecuciones de esos "reinos castellanos". No ha sido la primera, porque la historiografía flamenca está repleta de grandes trolas, de ecos no ya islámicos, sino romanos, como atestiguarían los famosos bailes de las puellae de Gades en las orgías de la ciudad eterna. Antonio Mairena, que no tenía la fama de Manolo Caracol y quiso hacerse intelectual, se inventó una historia que sonaba bien, pero cuya base era tan líquida como aquellos magníficas mentiras que relataba Amós Rodríguez, el hermano del Beni.

No hay duda de que el pueblo gitano ha sido, cruelmente, perseguido, desde los primeros edictos de los Reyes Católicos hasta la Prisión General de 1749, pero lo ha sido en toda Europa. No es un mal español. Tampoco se puede negar su contribución al flamenco, que es una cultura más heterogénea de lo que sostiene Rodríguez y está compuesta de muchos retales para los cafés cantantes donde fraguó. En Sevilla. Y en Madrid.

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