Calle larios

Pablo Bujalance

Terrorismo de Estado y del otro

NO sé si el embajador de Venezuela en España, Isaías Rodríguez, con el que mi compañero Ángel Recio mantuvo una entrevista publicada ayer en este periódico, ha leído El hombre rebelde de Albert Camus. Pero cuando Recio le pregunta por las acusaciones sobre un supuesto apoyo a ETA desde el Gobierno de su país, Rodríguez, tras afirmar que la administración venezolana está "contra el terrorismo en cualquiera de sus vertientes", afirma lo siguiente: "Terrorismo es lo que está haciendo Israel, y de los peores, porque es del Estado y no de gente que disiente de un proceso". Coincido con el embajador en que podrían calificarse las recientes actuaciones de Israel, así como su asedio a Palestina, como terrorismo; en realidad, desde finales del siglo XIX todas las guerras son terroristas en la medida en que tienen a la población civil como objetivo prioritario (lo de los efectos colaterales es una aberración cínica). Pero no creo que un terrorismo pueda considerarse peor que otro porque uno sea del Estado y otro de gente que disiente: disentir nunca puede otorgar el derecho al crimen. La disidencia puede ser elogiosa; el crimen, nunca. El problema es la interpretación materialista y engañosa que tiende a valorar un terrorismo a partir de la mano que empuña el arma y sus motivos, pero no de quien recibe la bala. Citaba antes a Camus porque, precisamente en una época en la que los intelectuales comunistas reclamaban la militarización de las facciones independentistas de las colonias europeas, él se atrevió a hablar de la inviolabilidad del ser humano como criterio para regir el juicio. No hay, ni puede haber, ideología, tendencia política ni argumento del que disentir o con el que estar de acuerdo que valga una vida. La cuestión es la víctima, no las razones del que acaba con ella. Es una ética aplastante y necesaria. Establecer grados de maldad a la hora de matar al inocente es, cuanto menos, desafortunado.

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