Tesoros escondidos

Es el tiempo de los pequeños placeres, de la lectura en las tardes largas, de los primeros caracales, de procesiones

En el calendario sentimental de la ciudad, parece como si este tiempo infantil de primeras comuniones y cruces de mayo hiciera de valle entre los puertos abruptos de las fiestas de primavera, tan excesivas y celebradas, y la salida de las carretas para el Rocío, ese reducto ancestral de religiosidad primaria y rural dentro de una sociedad cada vez más urbana, antes de que los termómetros tornen definitivamente su pulgar hacia abajo arrojándonos a los infiernos del verano.

Este de ahora es, quizás, el tiempo menos cantado, pero no por ello menos auténtico. Es el tiempo de los pequeños placeres, de la lectura en las tardes largas de aquel librito curioso que compramos en la feria del libro, de los primeros caracoles, de procesiones de gloria con advocaciones tan nuestras (Salud, Alegría, María Auxiliadora…). Viene la pequeña comitiva por la calle estrecha llena de mujeres y niños, con la sencillez del pueblo más llano. La vara que no le dejaron sacar en Semana Santa la portan hoy, y al fondo, una bulla breve y fiel arropa al pasito donde asoma una virgen pequeñita como sacada de un cuadro de Murillo, mientras una diezmada banda ataca una marcha procesional. Lo que no cambia es el capataz: por su pelo repeinado y los auxiliares que lo acompañan, diríase que viene mandando el mismísimo misterio de Santa Catalina.

Es, lo recomiendo, el tiempo exacto de salir temprano de casa para encontrarse con las procesiones de impedidos con solera que a duras penas mantienen las Sacramentales: niños carráncanos abriendo con sus coronas y hachetas, balcones engalanados, cofrades con medalla, estandartes de hermandades vecinas, la cruz parroquial delante de los acólitos vestidos con ropajes antiguos, S. D. M. bajo palio, la banda de Tejera interpretando Corpus Christi en la mañana azul y grana… La ciudad suspendida en el tiempo al alcance sólo de unos pocos privilegiados.

Anacronismo, antigüedad, clasismo… dirán seguro algunos. Yo sin embargo encuentro en estos tesoros sencillos y escondidos la mejor versión de esa Sevilla íntima que rastreamos en Blanco White, en Ocnos, en Bécquer, hasta en Murillo, cuando este año además se celebra sin demasiado entusiasmo el cuarto centenario de su nacimiento. Tal como están las cosas es posible que también todo esto lo perdamos, pero hasta que llegue el momento no está de más recordar de vez en cuando estos regalos tardíos de primavera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios