La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Tiempos de serrín y estiércol

Los ciudadanos los han llevado allí. Votando como si echaran serrín y estiércol sobre las instituciones

Tiempos de serrín y estiércol. No los ha podido definir mejor Josep Borrell. Él se refería a la intervención de Rufián, un tipo llevado al hemiciclo por las mismas o parecidas razones que han llevado a Le Pen al Parlamento Europeo, a Trump a la Casa Blanca, a Conte y a Salvini al Palacio Chigi y a Bolsonaro al Palacio del Altiplano. Esa misma frustración ciega, indignación no razonada, odio a lo que llaman casta y sistema llevó al Parlamento español a los populistas surgidos de las mareas pos 15-M y dio alas al nacionalismo xenófobo y golpista. Rufián es de una ERC que tiene maneras más cuperas y podemitas que propias de Macià, Companys o Tarradellas.

Son los ciudadanos con sus votos quienes los han llevado allí. Votando como si echaran serrín y estiércol sobre las instituciones. Cabreados con razón, decepcionados con razón, hartos con razón… Pero dando la peor salida posible a sus cabreos, decepciones y hartazgos. Escupir al cielo se llama a esto. Y es sabido -permítaseme recurrir a este refrán en estos tiempos de escupitajos- lo que sucede a quien lo hace: el que al cielo escupe en la cara le cae. Y lo peor es que en política el escupitajo de unos nos cae a todos.

Los dos grandes partidos que han vertebrado 40 años de democracia se lo han ganado a pulso. Pero no nos equivoquemos. Hay quien vota a los populistas antisistema y a los nacionalistas golpistas cegados por el cabreo y la decepción. Pero muchos los votan con perfecta serenidad porque lo que representan Rufián, Tardá, Gilbert, Colau, Iglesias, Montero, Echenique o Errejón es exactamente lo que quieren. Cada vez que el más grosero de todos, Rufián, monta un número le aplauden. Sabe a qué juega y para quienes lo hace. Y se siente fuerte. Cuanto más grosero, mejor. Cuantos más insultos, mejor. Iban a llevar el pueblo al Parlamento, y han llevado la telebasura que mide sus éxitos por decibelios de gritos e insultos. Iban a llevar la calle al Parlamento, y han llevado el matonismo y la chulería.

Como todos los matones de barrio, se aprovechan de la debilidad de otros. En este caso de un Sánchez tan preso de sus indeseables pero vitales apoyos que ni tan siquiera salió en defensa de su ministro Borrell, tan gravemente insultado y presuntamente escupido. Quien a su vez debe su ministerio a quienes le insultan y presuntamente le escupen. Se les rebeló el monstruo, como al Dr. Frankenstein.

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