SUPONÍA que un bisiesto como éste ofrecería alguna sorpresa. El azar astrológico ha propiciado que a tres meses del centenario del hundimiento del Titanic, zozobrara en la costa italiana un trasatlántico con miles de pasajeros en un suceso qué lógicamente ha recordado aquella catástrofe, aunque afortunadamente sin alcanzar su magnitud. En este caso en vez de un iceberg a la deriva, fue un promontorio rocoso contra el que se empotró el capitán del buque, que mientras el barco se escoraba, decidió salvarse primero porque podía.

Esperemos que el accidente y los relatos del pánico vivido por los pasajeros, entre ellos algunos malagueños, no supongan un golpe demasiado duro para este segmento turístico en auge. Es un pensamiento egoísta porque Málaga y su puerto son dos de los grandes beneficiados de la moda tan extendida de los cruceros.

Pero no es una buena noticia de partida para el comienzo mañana de la primera feria grande del turismo, Fitur. Y más cuando los expertos entienden que ahora hay que atraer al público por segmentos y no tanto por las bondades de unos destinos, que en precio y calidad pueden ser similares a los de la competencia. Me transmitía su temor por este invierno un importante directivo hotelero. Opina que las promociones enfocadas al verano son más innecesarias que la búsqueda de acontecimientos para revitalizar el litoral hasta que llegue la Semana Santa. Me contaba que hay que buscar a los colectivos. Se lamentaba de que las empresas se han entregado a internet y dado la espalda a los touroperadores, porque eliminaban intermediarios y todo eran ganancias. Pero en la Red los clientes se captan uno a uno y las agencias proporcionan grupos. El turismo de la Costa ha demostrado durante esta crisis que es insumergible. Pero hay que esquivar las rocas, al menos las que sí asoman a la superficie.

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