Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
Su propio afán
Nada más pisar el aula mis alumnos me preguntan, con cierta ansia, por los bombardeos del Yemen a los hutíes. Lo han estado discutiendo acaloradamente en el recreo, unos a favor, otros en contra. Creo que no me engaña la vanidad si pienso que están dispuestos a dejar que mi arbitraje decida quién tiene razón. Sin embargo, la vanidad no me engaña y les confieso que no tengo una opinión fundada. Esto es, que no tengo ni idea. Para que asuman la envergadura de mi ignorancia, les pongo un ejemplo escolar: si me lo preguntan en un examen, la pregunta la dejo en blanco. No me engaña la vanidad, tampoco, de proponerles mi ignorancia como modelo o presumir de ella. Es una desgracia, confieso, y les aplaudo que dediquen sus recreos a discutir de geopolítica. Hacen bien en interesarse tanto por el mundo y por el tiempo en el que viven.
Yo me informaré cuando llegue a casa, leyendo a los que saben. Hay que trabajar en equipo. No podemos saber de todo, por desgracia. Cuando llego a casa, antes de llegar a los hutíes, leo dos artículos sobre el Prefecto de la Congregación para Doctrina de la Fe, monseñor Fernández, alias Tucho, que escribió un libro sobre sexo y misticismo bastante bochornoso. Lo describen muy bien (o sea, muy mal) Javier Paredes y Juan Manuel de Prada, el primero más ácido y el segundo más amargo, el primero con tristeza, el segundo con ironía. Naturalmente, ambos, para escribir sus sopesadas reseñas, se habían leído el libro. Y yo, mientras les leía, daba gracias al cielo por el trabajo en equipo que a mí me ahorra el trance
Que uno (o mejor dos) de tu confianza se lean un libro que es un espanto no está pagado. Ojalá alguna cosa que haga yo alguna vez y que ellos no quisieran hacer les recompense de algún modo, aunque no creo.
Qué gran consuelo que no tengamos la obligación de saber de todo (mucho menos de opinar de todo). Y todavía más alivio el hecho de que, cuando no lleguemos por falta de talento o de tiempo o de ganas o de interés, haya otros con más de todo eso, cubriéndonos el flanco de la ignorancia.
Hay que saber en quién confiar, pero una vez que lo tienes claro puedes dejar pasar con alivio muchísimos de los temas de actualidad, con la seguridad de que están en mejores manos que las tuyas. Mis alumnos se habrán forjado una opinión más fundamentada del bombardeo para la próxima vez (¡hoy!) que tengamos clase. Con suerte, hasta me lo explican ellos a mí.
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