Tradición

No hace tanto tiempo, en la década de los 70, era difícil sacar una procesión porque faltaban hombres de trono

Hoy se inicia una semana en la que la tradición manda. Son muchos años, décadas y siglos en los que la Semana Santa ha ido depurándose y ampliándose para llegar a convertirse en un acabado espectáculo que atrae al más variado y diverso personal y por motivos distintos y dispares. Es indudable que esta costumbre de procesionar imágenes tiene una raíz religiosa, pero sobre ella, en el transcurrir del tiempo, se han ido sumando aspectos artísticos, estéticos, musicales, artesanos, militares, económicos, turísticos que han ido conformando una llamativa actividad que moviliza personas e intereses a partes iguales. Es evidente que esta tradición, lejos de ir debilitándose, se fortalece día a día y al parecer cada año son más las cofradías que pretenden procesionar. Cierto que esto no siempre fue así. No hace tanto tiempo, en la década de los setenta, era difícil sacar una procesión porque faltaban hombres de trono, apenas había nazarenos y en algunas ocasiones hasta para portar la cruz guía era necesario buscar un asalariado. Llegó el momento en que alguna cofradía, por falta de medios, cometió el sacrilegio de sacar el trono con ruedas. Cualquiera podría pensar que la tradición tocaba a su fin. Lo curioso de este renacimiento es que se produce cuando la sociedad parece más secularizada, cuando la asistencia de fieles a la liturgia de la Iglesia católica disminuye y cuando, incluso, las llamadas vocaciones religiosas brillan por su ausencia. Por eso tiene tan compleja explicación este fenómeno que si nace por carácter religioso no deja de alimentarse de otros aspectos más materiales y menos espirituales.

Nada que objetar (al menos por mi parte) a que durante esta semana los llamados desfiles procesionales sean el centro de la actividad ciudadana y que casi el 50% de malagueños que en nada participan de esta afición tengan que soportar las incomodidades que esta actividad produce. Parece que la tradición, los sentimientos de gran parte de la ciudadanía y los beneficios económicos y turísticos que esta actividad reporta pueden justificar esta irrupción tan llamativa de una manifestación religiosa en la vida urbana. Otra cosa es que animados por esta revitalización el mundo cofrade trate de llevar más allá de lo razonable su aparente éxito y traten de convertir la ciudad en un permanente escenario de su actividad procesional con los motivos y justificaciones más peregrinas. En ocasiones el abuso produce hastío y a veces se puede morir de éxito. Es bueno no olvidarlo.

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