Treinta años del 14 de noviembre de 1989

Aquella fecha aún se recuerda tres décadas después. Durante años se instaló una psicosis colectiva

Las crónicas periodísticas resumen lo que sucedió. La jornada amaneció con un gris plomizo. Hacia las 13:00, todo se oscureció. La lluvia comenzó a caer. Unos 160 litros se recogieron en apenas una hora en la capital, supimos después. Las alcantarillas fueron incapaces de absorber el agua que les llegaba y se comportaron como surtidores. Después, una granizada de época. Los coches navegaban sin rumbo por la Avenida de Andalucía. La Capital del Sur de Europa derrotada ante aquella furia desatada.

Miles de trabajadores en los polígonos industriales quedaron aislados. Los arroyos, de banda en banda. El Campanillas y el Guadalhorce se desbordaron. El puente de la Azucarera se convirtió en una barrera inexpugnable para el tráfico. Un gran cementerio para cientos de vehículos abandonados por sus dueños. La inundación alcanzó al propio aeropuerto. Las líneas de ferrocarril quedaron cortadas. El barro y las piedras tomaron las canalizaciones al aire libre y bloquearon las depuradoras. La primera consecuencia fue el corte del suministro de agua potable durante varios días. Una avería en una central telefónica interrumpió las comunicaciones en buena parte de la ciudad. Durante horas, los servicios de protección civil o los bomberos ni siquiera podían recibir las llamadas de petición de auxilio de los damnificados. La radio fue el único salvavidas para una población que se sentía abandonada a su suerte. Una tormenta perfecta.

Es lógico que aquel 14 de noviembre, tres décadas después, aún se recuerde. Entonces no existía el debate sobre el cambio climático o la crisis o emergencia climática. La palabra DANA, depresión aislada en niveles altos, tampoco aparecía en nuestro vocabulario. Sí la gota fría. Sí la evidencia de que el litoral malagueño sufría periodos de extrema sequía que solían desembocar en periódicas inundaciones.

Entonces, como ahora, también funcionaba un sistema de alertas por colores, amarilla, naranja, roja . El último aviso se activó tarde. Pero tampoco hubiera cambiado el panorama si Meteorología hubiera pronosticado la catástrofe.

Durante años, en Málaga se instaló una psicosis colectiva frente a la lluvia. La naturaleza nos enfrentó al espejo de nuestra fragilidad. El recuerdo de aquella jornada marcó a toda una generación. Las vivencias se transmitieron de padres a hijos. Prácticamente, no hay un solo malagueño que se librara aquel 14 de noviembre de 1989 de afrontar una historia personal. El miedo a mandar a los niños al colegio si amanecía nublado. Málaga recibió 270 millones en ayudas por la declaración de zona catastrófica. Nuevas tuberías, canalizaciones, el encauzamiento del río Guadalhorce... Pero no hemos aprendido la lección.

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