Fuera de cobertura

Elena Medel

Truco o trato

UN hijo, un sobrino, un hermano -también en género femenino, por supuesto: al contrario que el mundo de los vivos, el de los muertos no entiende de discriminaciones-, sale a la calle de noche, un fin de semana, con los amigos. Es viernes o sábado; se viste con túnica y sombrero, y se transforma en bruja o mago o zombie. Echa unas risas y unos bailes, disfruta, vuelve a casa. Ocurre lo mismo en carnaval, y entonces no provocan aspavientos: sin embargo ahora, quizá por ese cambio climático que impide disfrutar de las gachas en todo su esplendor -calientes, con su pan frito y su abuela recomendando las del borde-, y por esa dolorosa ausencia en la dieta, la prensa se inunda de textos contra Halloween, y a favor de la tradición española, sus fiestas familiares, sus sanísimas costumbres.

Una peluca blanca, una escoba de pega, no impiden que al día siguiente el joven o el mayor de nocturno disfraz acudan al cementerio, frieguen la lápida y honren a los suyos. Metafísica mía a un lado, los defensores de lo nuestro -que no lo es tanto- arremeten contra el enemigo norteamericano; no conozco su opinión acerca de quienes se marchan de puente, pero quisiera pensar que también les enerva, pues no dejan de ser ciudadanos sin piedad ni conciencia ninguna, que vuelan lejos del camposanto en nada que libran un día en el trabajo. En todo caso, me sorprende la cantidad -desde el comienzo de la semana, casi uno por día, más constantes y documentados conforme la fecha se viene encima- de voces indignadas ante unas horas de máscaras y diversión, porque se limitan a un momento brevísimo, sin mayor trascendencia: que ese hijo o sobrino o hermana se disfrace en la noche del 31 de octubre no nos afecta a la mañana siguiente, ni siquiera en ese lapso de tiempo. Una calabaza, una mancha de sangre artificial, no modifica nuestras vidas, no nos perjudica ni nos beneficia.

Sí nos afectan la subida de impuestos a nivel nacional y local, o las previsiones que apuntan a una caída de empleo. Sin temor a un cóctel de churras y merinas, me llama la atención que haya quien -casi en masa- aproveche su espacio para manifestarse con rabia contra una fiesta nocturna, inofensiva, y no cargue tintas contra asuntos que nos zancadillean a diario y de verdad. El enfado de cada uno es libre, por supuesto, pero yo paseo y me cruzo con una pandilla de zombies y me limito a sonreír. Sin embargo, las tasas de más, los porcentajes inesperados, sí que me asustan, sí que me recuerdan el grito de esos niños que llaman a la puerta rogando caramelos y, a cambio, sólo logran que los vecinos les ignoren: truco o trato.

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