No diré que me ha sorprendido la victoria de Trump. A finales del pasado año, en artículo publicado en el Anuario Joly Andalucía 2016, tuve la ocasión de subrayar las posibilidades reales del excéntrico millonario.

En realidad, Trump es sólo un ejemplo -concedo que el más destacado- de la peligrosa deriva que están experimentando las sociedades avanzadas. Señalaba entonces, y aquí reitero, que probablemente como consecuencia de tantas mutaciones aceleradas, crece y se agiganta la variante populista en sus múltiples concreciones: "Ya sea de izquierdas o de derechas, progresista o conservadora, universalista o hipernacionalista, ultrasolidaria o elitista, prácticamente no hay nación desarrollada -escribía- que no conozca hoy la especial influencia de una estrategia que se dirige con eficacia, pasión y ahínco al estómago de sus pueblos, que explota las pulsiones primarias de una sociedad desconcertada, desanimada e irritada". Asombra, concluía, que en el siglo XXI renazca esta política de sentimientos, monolítica en sus argumentario y cainita en sus conclusiones.

Hay quien descubre el origen exclusivo del fenómeno en el impacto de la crisis económica. Sin duda ésta ha tambaleado certezas y angustiado futuros. Pero, por sí sola, no explica el éxito de tantas heterodoxias. Junto a ella, y acaso con mayor relevancia, convive una desoladora falta de liderazgo político, el amurallamiento de un establishment celoso de su poder, la incapacidad de los partidos tradicionales para renovar sus estructuras, volver a conectar con su electorado y rediseñar fórmulas creíbles e ilusionantes.

En esas condiciones, triunfa la antipolítica, el manejo de las tripas, la demonización del otro, la deslegitimación de las instituciones, el programado y absoluto descrédito del sistema. No faltará jamás un culpable de nuestros males (los inmigrantes, Europa, los ricos, los vecinos, las religiones, qué más da), ni un mesías que nos ofrezca la solución buena, bonita y barata de masacrar al enemigo escogido y de acercarnos, con ello, al añorado paraíso. Mentiras de patas cortas que terminarán fracasando y dejándonos un vacío mayor del que ahora sufrimos.

Trump y tantos malabaristas del odio son hijos de un mundo huérfano de la política con mayúsculas, administrado por mediocres sin talento, apetitoso para los truhanes, necesitado de recuperar en el timón, y pronto, la inteligencia lúcida, tolerante y sensata de los mejores.

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