Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Trump y los 'trumposos'

Estupefactos, pero no sorprendidos, contemplábamos este 6 de enero como una turba de seguidores de Trump irrumpían en el Capitolio, durante la sesión en la que se iba a certificar la victoria de Biden en las presidenciales. Un rato antes, al lado de la Casa Blanca, Trump acababa de arengarlos, "No cederemos nunca, nunca concederemos la victoria… Vamos a caminar por la avenida Pensilvania... y vamos a ir al Capitolio y vamos a ir e intentar darles... a nuestros republicanos, los débiles... el tipo de orgullo y de audacia que necesitan para recuperar nuestro país". Acto seguido, abanderados con la enseña confederada, símbolo de opresión, racismo y supremacía blanca, los manifestantes, al grito de "Trump ganó", asaltaban el Congreso. La violencia esperpéntica de las imágenes que le siguieron quedara marcada para siempre en nuestra memoria. ¿Cómo es posible que en un país como EEUU haya sucedido esto? Es cierto que Trump nunca ocultó ni sus intenciones (el negocio privado de él y de cierta casta dominante a costa del erario público, con toda clase de excepciones fiscales. Eso sí, arropados por un "patriotismo nacionalista" jactancioso, de cartón piedra) ni sus métodos, el principal de los cuales -y tal vez el más llamativo- ha sido el negacionismo y la ocultación de la verdad, travestida en su boca y en la de sus incondicionales, en "verdad" a su medida.

En Alicia a través del espejo (L. Carrol) hay un diálogo que me parece brillante y esclarecedor: "Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos/ La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes/ La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda…, eso es todo". En efecto, las mentiras continuas de Trump no remiten tanto a un deseo de engañar según su conveniencia, como a una afirmación de quién es el que manda, el que tiene el poder. Así se comprende cómo el desenmascaramiento de las mentiras no tiene ningún efecto entre los seguidores de Trump -o de cualquier otro de esos líderes populistas y patrioteros que tanto abundan-, que no es que sean especialmente descerebrados o ignorantes (hay de todo), sino que lo que buscan en el líder, "en el que manda", es la seguridad irracional frente a lo que consideran peligroso o contrario a sus intereses (económicos, políticos, ideológicos, religiosos…). Todo lo cual, trae como consecuencia -según nos advertía Montaigne- que: "al realizarse nuestro entendimiento únicamente por medio de la palabra, aquel que la falsea (...) disuelve todos los lazos de nuestra política" (es decir, de la frágil democracia).

La victoria de Biden es incuestionable. Las cifras, certificadas por los 50 estados de la Unión, cantan. La democracia -sin duda la menos mala forma de gobernarnos- es frágil, como las sociedades abiertas en las que vivimos. Muchos son sus enemigos. Sin duda es una buena noticia que Trump haya caído. Tal vez acabe rindiendo cuenta ante la justicia por algunas de sus tropelías políticas o económicas. Pero hay que recordar que, incluso en su derrumbe, Trump obtuvo 10 millones de votos más que cuando fue aupado a la Presidencia. O sea, que los tramposos trumposos siguen navegando viento en popa y a toda vela.

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