últimamente me siento muy extraterrestre. Por falta de conexión con la mayoría de comportamientos que veo y porque me parece haberme proyectado de mi propio cuerpo para observar a mi alrededor a toda esa gente que se empeña en no jugar en la liga de la pandemia. Lo bueno de mantener una posición de observador, además, es que aprendes a mirar mucho más allá. Debajo de las pieles respetuosas con la situación sanitaria y las que no, más allá de esa ufología emocional, se detectan pecados y rutinas que el fin de la crisis no eliminará.

No me gusta esta sociedad. Una sociedad que va a acunar la llegada de la vacuna como la salvación, pero acabará con más responsos que responsables. Una vida que va llena de villanos. Que necesita menos memes y más mimos. Que haya más grandes instantes que Instagram. Que la gente deje de tener tanta face y lea más book. Que haya más tutía y menos Twitter. Que en las redes existan seguidores y no segadores, historias y no histerias.

Desprecio nuestro ecosistema de políticos de la alta suciedad que dejan el congreso con grasa. Especialmente a aquellos cuyo mensaje radica en lo radical. Que deberían tener menos vox y más pópuli. No me gustan los Pablos: ni al que cambió la hoz y el martillo por la coz y el martillo pilón; ni al casado con la demagogia. Tampoco aguanto a Pedro, que por fin llegó al poder, pero luego se le olvidó llegar al querer. Todavía hoy me sorprende que sus integrantes no se hayan dado cuenta de que Ciudadanos no lleva un guion tras la segunda d. En general, todos me producen una gran atonía; siguen estando tan ciegos ante los problemas, que han tenido las miras de subir la luz como remedio.

El panorama laboral tampoco es muy halagüeño. Quisiera que en el trabajo nos sintiéramos libres, no liebres. Que los empresarios tuvieran el valor de no depreciarnos. Pero, tristemente, la cobardía cobra al día y va lenta la valentía.

No me gusta que los machitos aún no se marchiten. Porque llevamos unos meses muy pendientes de los test y la tos, pero no de la testosterona que continúa arrinconando a la mujer. Si hay que empujarla a algún sitio, sin duda debe ser a que tenga más voz y menos bótox.

Sigo sin comulgar con esta iglesia de mens santa in corpore santo. Que esconde más roces que rezos. Me gusta más ir a por musas que a misa. Y a los feligreses solo se me ocurre decirles que no se vendan al mejor pastor.

En fin, que hasta en el AVE me siento una rara avis. Creo que hace falta un mundo con más miradas que fotos. Que nos asomemos más al espejo que a las ventanas. Y mientras el mundo no tome conciencia de todo ello, habrá que combatirlo estando de buen amor y teniendo más humor propio.

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