Última voluntad

Ángel Hernández no tenía intención de entrar en la campaña. Tan solo quería ayudar a su mujer

Nadie quiere ayudar a morir a nadie. Lo suyo es ayudarle a vivir. El problema es que no siempre se puede. O simplemente, que la vida que damos no es vida. Al menos así lo perciben los que quieren desprenderse de ellas, que son sin duda quienes mejor conocen las que les ha tocado vivir. Los demás lo sabemos de oídas. O de vista. Y en algunos casos, de lejos. Lo que nos permite aseverar que tenemos suficiente perspectiva para juzgar la conveniencia de que resistan hasta un final que, día tras día, ayudamos a poner un poco más lejos.

Ángel Hernández no tenía ninguna intención de entrar en la campaña. Tan solo quería ayudar a su mujer. Vio tan de cerca la vida que le tocó vivir como solo la ven quienes terminan convirtiéndose en los brazos y las piernas del otro. Si algún día me encuentro en una situación similar, agradeceré que alguien la viva suficiente cerca como para ponérmelo fácil. Igual que a esos soldados alemanes que imploraban a sus compañeros que los matasen en medio de la helada estepa rusa a la que les llevó el sueño supremacista ario. ¿Demagogia? Seguro. Pero no más que intentar confundir genocidio con eutanasia. Y menos que contraponer eutanasia a cuidados paliativos, como si fueran opciones incompatibles entre sí. Como si estos últimos necesitasen una regulación especial, cuando lo que necesitan es dinero. El mismo que le ha faltado a la Ley de Dependencia en los últimos años. Como también ha faltado una respuesta para aquellos que sienten que esos cuidados ya no les resuelven nada. E infinitamente menos que contraponer toda la investigación de la historia de la medicina a reconocer que existen finales seguros que solo aportan sufrimiento.

Como se trata de evitar que amparados en su regulación se cometan asesinatos, legislar este derecho es difícil. Pero no hacerlo es inhumano. Efectivamente, la eutanasia ha saltado a la palestra casi al mismo tiempo que las críticas por plantear el debate y las peticiones de aplazarlo a un momento más "sosegado" que la campaña electoral. Lo que nos obliga a preguntarnos qué es realmente imposible ¿tener un debate sosegado en la campaña, debatir este tema, que el debate sobre la eutanasia sea sosegado, o que sosegadamente conozcamos que piensan los que hoy nos piden el voto sobre cómo deben ser nuestros últimos días? A mí, personalmente, me gustaría morirme tranquillo, después de haberme enterado qué me espera.

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