¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Valls

Los más molestos hablan de neobonapartismo macroniano e intentan despertar al guerrillero que llevamos dentro

El almirante Nelson intentó conquistar la isla de Tenerife en 1797, pero no lo consiguió gracias a la resistencia de los isleños. El legendario marino tuvo que volverse a Inglaterra con un brazo menos y unos barriles de vino de malvasía de más que le regaló el general Antonio Gutiérrez, un caballerazo. Años después, el también general Franco salió de la Capitanía General del archipiélago para sublevar a las tropas de Marruecos y derribar la II República, objetivo que alcanzó tras años de guerra y centenares de miles de víctimas. Ambos hechos se cruzaron en la mente del intelectual santacrucero Domingo Pérez Minik, quien pronunció una de esas frases que piden mármol: "El gran error de los canarios fue no dejar entrar a Nelson y permitir salir a Franco". Algo parecido ha tenido que pensar el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, al ensayar el afrancesado fichaje de Manuel Valls: "El gran error de los españoles fue dejar salir a Pepe Botella y permitir la entrada de... ¿de quién, de Fernando VII, de Tarradellas, de tipos como Pisarello...?".

Algunos, los más molestos con este intento de captación de Valls, hablan de neobonapartismo macroniano e intentan despertar al guerrillero que todos llevamos dentro, para lo que invocan Bailén, el Bruch, Madrid, Zaragoza, Cádiz y toda esa geografía de batallas sobre la que se cimenta la construcción de la nación española. ¿A qué viene tanta suspicacia? ¿No dicen los nacionalistas que los catalanes beben más de la raíz cultural francesa de monasterios y viñedos que de la hispana de rebaños y jinetes? ¿No estábamos todos de acuerdo con la necesidad de construir una nacionalidad europea? ¿No es acertado empezar por los ayuntamientos? La aspiración de Rivera puede ser criticada por muchas cosas. Por ejemplo, por la futbolización de la política al buscar fichajes estrella que deslumbren a la afición. Pero tras la reacción de los nacionalistas se esconde el temor a la llegada de un gabacho educado en la idea igualitaria y ciudadana de la République, que no entiende de identidades territoriales ni otras brumas.

Durante mucho tiempo los nacionalistas creyeron que su enemigo era el PP y lo intentaron aislar y eliminar con aberraciones como los Acuerdos de Estella o el Pacto del Tinell. Se equivocaban. El PP, cuyo españolismo es innegable, es también un partido hijo del 78, es decir, plenamente autonomista y con una mano siempre tendida a los nacionalistas. Ciudadanos, por contra, se ha sacudido ese complejo y no cree en la bondad del nacionalismo periférico. Ya suena la Marsellesa de fondo con un acompañamiento de castañuelas y guitarras.

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