Vencedores y Vencidos

Que nadie piense que esta situación no daña la propia fortaleza de las instituciones

Este país lleva entre paréntesis demasiado tiempo. Nos movemos en un limbo político desde hace varios años sin que la nebulosa de la indefinición haya desaparecido de nuestro horizonte. Desde las elecciones del año 2015 todo ha sido provisional y convulso y sin el mínimo sosiego que haya permitido una acción de gobierno continuada. Pero la sociedad, lejos de paralizarse hasta esperar que la actividad pública se aclare, ha seguido avanzando y exigiendo decisiones importantes que se aplazan una vez tras otra. La renovación del Consejo del Poder Judicial, la de RTVE, la reforma laboral, la regulación de las pensiones, la eutanasia, la reforma constitucional y tantas otras cuestiones siguen pendientes de los acuerdos políticos. Cuanto más falta haría una decidida acción de gobierno, más lejana se ve la solución política.

Y este panorama genera en la ciudadanía una frustración imparable. Que nadie piense que esta situación no daña la propia fortaleza de las instituciones. El desprestigio y el descrédito de la actividad política es un virus que se genera con facilidad pero que es muy difícil erradicar. Nuestra democracia no es una estructura inconmovible a salvo de riesgos y fragilidades; necesita del apoyo, el afecto y la ilusión de la ciudadanía para que su vigencia sea completa. Por eso, el desencanto y el hastío generalizado ante la actividad política puede afectar seriamente a la propia esencia de nuestro sistema constitucional. Al día de hoy estamos ante el poco alentador panorama de ver cómo se vuelve a prorrogar esta situación de indefinición e inoperancia. Nadie oculta la dificultades de un acuerdo ni nadie niega las razones que unos y otros puedan tener para no aceptar las propuestas cruzadas, la cuestión está en valorar que hay superiores razones que aconsejan intentar un acercamiento que evite un nuevo aplazamiento. Si ambas partes reconocen que unas nuevas elecciones son un error, es difícil entender que no exista otra salida que no sea repetirlas. Ante una situación en la que no parece que puedan existir soluciones intermedias, solo la responsabilidad y la flexibilidad de, al menos, uno de los contendientes puede evitar el error. Y en este momento de desencanto ciudadano, el papel de vencedor o vencido puede alterar su sentido. No cabe duda que quien, por responsabilidad y sensatez, se vea en la obligación de aceptar las pretensiones del contrario, lejos de ser el perdedor, será sin duda el verdadero ganador de este momento político.

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