La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Venus censurada

Recuerdo haber vivido momentos de censura extrema y de censura relativa, momentos de libertad absoluta y de libertad restringida. Lo que nunca había vivido era una situación tan desquiciada como la actual en la que desear la muerte al Rey o a un político y los peores insultos a las víctimas del terrorismo son considerados por la justicia legítimo ejercicio de libertad de expresión, la más brutal, sádica y gratuita violencia se exhibe como espectáculo para ser visto mientras se comen palomitas, el sexo explícito inunda televisiones y pantallas o en un programa de televisión de una cadena generalista y en prime time se le pregunte a un individuo si le ha dejado el asunto escocido a su pareja a causa de su inagotable fogosidad, a la vez que se censuran obras de arte de exposiciones (y no me refiero al mamarracho que han hecho famoso y caro -se vendió al instante- los torpes que lo retiraron de ese supermercado del arte llamado Arco) y de museos, se borra a actores de películas por haber sido denunciados por abusos sexuales, se boicotea por la misma razón la última película de Woody Allen o, como recientemente ha sucedido, se censura en Facebook la Venus de Willendorf, una famosísima y venerable escultura paleolítica datada entre el 25.000 y el 28.000 antes de Cristo, expuesta en el Museo de Historia Natural de Viena, por tratarse de un desnudo.

La explicación de los responsables de Facebook tras la rechifla mundial es surrealista: "Nuestra política de publicaciones no permite los desnudos pero tenemos una excepción con las estatuas. Por lo tanto, el post con la imagen de la Venus debería haber sido aprobado. Pedimos disculpas por el error y le hemos hecho saber al usuario que aprobamos su post". No es la primera vez que esto pasa. Y no sólo en las redes. Se cambian títulos de cuadros en los museos, se prohíben anuncios de exposiciones de obras centenarias, se altera el contenido de libros, se boicotean carreras de actores y directores en acciones que, dado que no hay actuación de la Justicia, rozan el linchamiento. Esto ya se ha vivido en otros momentos históricos y quienes no somos jóvenes recordamos las prohibiciones franquistas de obras de Chaplin, Pasolini, Fellini o Kubrick. Lo que no tiene precedentes es que este neopuritanismo censor conviva con la más extrema permisividad consumista, y que ambas obedezcan, no a imposiciones morales o políticas, sino a estrategias de mercado.

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