Crónica personal

Alejandro V. García

Vestiduras

EL ruido de las vestiduras al rasgarse es uno de los sonidos más característicos que acompañan la revelación de los grandes casos de corrupción política en los ayuntamientos. Pero no es el único, claro. El fragor que desató la Operación Malaya, y ahora la Operación Astapa, es mucho más tremendo y polifónico. Sin embargo, el más peculiar es el sonido de los lamentos jeremíacos que dejan escapar quienes no tienen otra salida para salvar su dignidad que asombrarse (lo más verazmente posible) ante la inmoralidad de los corruptos. Ayer los despachos de las agencias de noticias eran un clamor vivo. Allí, ordenadas cronológicamente, estaban las exclamaciones de los más conspicuos representantes de los partidos. Nacionales y andaluces. No faltaba ninguno. Era como si participaran en un concurso de descrédito del delito. A ver quién lo decía mejor, con más verosimilitud y, por añadidura, salpicando al vecino. Se condenaba a los corruptos (hasta ahí podíamos llegar, que no se condenara a los delincuentes) pero a costa del adversario, como si las siglas a las que representaban tales portavoces no hubieran tenido que ver con ese foco de contaminación profunda que fue (y es) el gilismo. Unas más que otras, es verdad.

El PSOE, a través de la ministra de la Vivienda, Beatriz Corredor, recurría al latiguillo presidencial de la "tolerancia cero", que igual se usa para un roto que para un descosido, pero que arrastra preocupantes ecos de intransigencia y desconfianza hacia los valores volterianos. ¡Como si Barrientos perteneciera al partido de los marcianos! Mariano Rajoy exigió más diligencia a la Junta (contra pereza, diligencia, que decían los curas). Antonio Sanz, siempre espoleado por el sentido de la oportunidad, se refirió al fracaso de la Junta y a la "dejación de responsabilidades". Gaspar Llamazares reclamaba medidas de control y se quejaba de la actitud omisa de la Junta. Diego Valderas, con aires de príncipe de Tarascón, habló incluso de cortar la cabeza de la "serpiente corrupta". Y el PA, en fin, suspiró: ninguna de sus delegaciones municipales estaba siendo investigada. ¡Uy!

Es decir, nada que no fuera predecible o no formara parte del guión prefigurado para la ocasión. Entonces, ¿en dónde cae la responsabilidad política de lo ocurrido en la Costa del Sol? ¿Sólo en los personajes que a título particular han sido acusados?

La degradación moral de la gestión política va mucho más que los concretos casos descubiertos por la Policía. Es, digamos, un estilo, una manera de apurar la legalidad o de tantear los vericuetos de la indecencia en nombre de conceptos tan elásticos como la autonomía municipal, la ambición, la prosperidad de mi pueblo, el desarrollo urbanístico y la complacencia.

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