La firma

Salvador Marín Hueso

Viaje al interior de una pupila

Los prismas de la Semana Santa de Málaga Mi imaginación ha visto la cabeza de la Esperanza entre los escombros de Santo Domingo, aquella noche de 1931, y me ha envuelto en una paz inmensa

QUÉ te cuesta, malagueño? ¿Qué te cuesta dejar que pise el romero? La cúbica fantasmagoría de El Corte Inglés, el parpadeo hipnótico del semáforo de Hacienda, el ajedrez de los coches que se persiguen en la rotonda, la inminencia navideña, el himno de Artola, paladeado de antemano, los nazarenos de chaqueta verde en el coro, dispuestos a su noche de gala, y el frío, siempre el frío: algún año, la lluvia en los zapatos. Yo no sé si es verdad que todos somos de nuestra cofradía y de la Esperanza. Yo sólo sé que en la Basílica, cada 18 de diciembre, todos nos encontramos sin ponernos de acuerdo. Yo sólo sé que en la Basílica, cada 18 de diciembre, la ceremonia del besamanos adquiere categoría de sacramento. Yo sólo sé que no hay gozo de adviento más sabio y exquisito que soñar al verbo dando pataditas, en ese vientre que acaricia el rigor dorado de la saya y del fajín, ese vientre que nos sugiere su tesoro y a la vez lo oculta, para que no nos aniquile el ángel terrible de la belleza.

Teoría del manto

Procuren no difundirlo en exceso: el manto de la Esperanza se extiende en el alba del Viernes Santo. El manto de la Esperanza posee una prolongación precisa y necesaria, inequívoca y silenciosa. El manto de la Esperanza, por los cauces invisibles del aire, cruza el río, serpentea por Sebastián Souvirón, sube calle San Juan y, al fin, llega a su destino. Al fin, se derrama sobre las túnicas de Vera+Cruz. Se lo prometo. Se lo aseguro. Quien lo probó lo sabe.

Teoría de la esperanza

Mi imaginación ha visto la cabeza de la Esperanza entre los escombros de Santo Domingo, aquella noche de mayo de 1931 y, no sé por qué, me ha envuelto una paz inmensa. Intento comprenderlo. Intento entender por qué me serena esa imagen de completa derrota, de virginidad violada, de paisaje después de la batalla. Quizá, en esa imagen se me encarna una lección definitiva a propósito de la virtud de la esperanza. Quizá, la esperanza consiste justamente en esa cabeza en la ceniza, lejos del optimismo frívolo y los vericuetos dogmáticos. Quizá la esperanza consista, sencillamente, en que nunca se cierran sus ojos.

Viaje al interior de una pupila

Es el traslado del Domingo de Pasión. Pacurri tiene 3 años. En brazos de su tita, junto a la puerta abierta del salón de tronos, mira al cielo de la noche y lo dice: La luna también quiere entrar. Sé que debo anotarlo. Sé que debo anotarlo y escribirlo aquí, porque de eso se trata: de una cuchillada de plata en medio del azabache: del pecado como una vara de nardo que sucumbe en alquitrán, como un buzo que se ahoga, como una balsa que navega rumbo adentro de su estanque, de su lago: del océano prisionero que se condensa entre sus párpados. La Esperanza no mira. La Esperanza se mira y nosotros, al mirarla, nos perdemos en el vértigo de quien se asoma a la boca de un pozo, en la espiral que se empeña en descender hacia el lugar exacto en el que la palabra se disuelve e ingresa en el misterio. Yo no sé si es verdad que todos somos de nuestra cofradía y de la Esperanza.

Yo no sé si es o no la reina de los cofrades. Yo sólo sé que María de Nazareth, en calle Hilera, se pierde mirada adentro y nos deja a la zaga de su pérdida. Yo sólo sé que seguiremos vivos mientras no sepamos dónde acaban sus pupilas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios