ESCRIBÍA la semana pasada acerca de la inquietante situación del Málaga, de la urgencia de resultados que genera una inversión importante. Honestamente, no esperaba que todo se precipitara hasta el extremo de que Jesualdo Ferreira dejara de ser el entrenador malaguista y que llegara Manuel Pellegrini, con la transición del técnico del filial, Rafa Gil. La quinta derrota en La Rosaleda, primeros pitos serios y el jeque y sus acólitos demuestran que tienen las mismas pulsiones humanas que los dirigentes de aquí. El portugués es el técnico no interino que menos partidos ha durado en la historia del club. Estilo Jesús Gil en el Atlético.

Sorprende el volantazo de los dirigentes blanquiazules. En verano se le dieron a Ferreira las llaves de un lujoso deportivo y en el primer derrape serio le han bajado del vehículo. Según trascendió, llegó tras un escrupuloso proceso de selección. Se le encargó el diseño de la plantilla, con jugadores a su gusto. Realizó las labores de director deportivo, negoció contratos y fichajes, comisiones incluidas. Toda la confianza se perdió en apenas cuatro meses, dos de competición oficial. Su atrevido sistema de juego, el mismo que permitió ilusionarse con una goleada histórica en Zaragoza o un gran triunfo en Getafe, se reveló inservible en casa, cero puntos de 15 posibles. La afición celebró su apuesta, su disciplina, su mano dura con la prensa. Ha durado poco.

Llega Manuel Pellegrini, técnico de probada solvencia en España. Cinco temporadas en las que llegó a tener al Villarreal a un gol de la final de la Champions. Una temporada en el Real Madrid, en la que batió los récords del club en Liga, pero le mataron un imperial Barcelona y los lunares de Alcorcón y Lyon. La sensación es que se ficha un nombre, prestigio. Vende un entrenador que el año pasado dirigía a uno de los clubes de referencia mundial. El cambio de filosofía es notorio. Se pasa de un hombre que basa su juego en extremos veloces como Quincy o Eliseu a otro al que en Chamartín se le reprochaba la falta de juego por bandas porque basaba todo en el toque. Ilusiona, claro, la figura del Ingeniero. Sucede que queda el poso de que se ha malgastado una importante cantidad de dinero en fichar, despedir y volver a fichar a un entrenador. Un derroche que se podía haber empleado mejor.

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