Volver a empezar

Todo parece indicar que las garras de esta enfermedad quieren volver a tomar las calles

Hace ya casi un año que nos vimos sorprendidos por una pandemia mundial. El pistoletazo de salida en España fue provocado por la incapacidad política para evitar la asistencia a varios partidos de fútbol internacionales, el insuficiente control de fronteras, algún que otro innecesario mitin y la permisividad con las concentraciones del día de la mujer trabajadora. Hoy nuestra sociedad, que ya ha padecido decenas de miles de muertos, observa aterrada como todo puede volver a repetirse por un empecinamiento ideológico absurdo e inhumano. Y todo parece indicar que las garras de esta enfermedad quieren volver a tomar las calles.

Merece la pena recordarles, a los que impulsan nuevamente las manifestaciones, el listado de bajas que ya provocaron el pasado año. Sin ir más lejos, la mujer del presidente del gobierno y sus suegros, la vicepresidenta del gobierno, la ministra de igualdad y un largo sinfín de asistentes que, seguramente, algunas fueron asintomáticas, otras acabaron en el hospital, alguna en la UCI y, por pura probabilidad, más de una decena en el cementerio. Desde entonces la curva de mujeres infectadas entre 40 y 60 años no ha podido ser corregida en España, y pende cual espada de Damocles sobre la irresponsabilidad de los organizadores.

Por ello cabría recordar ese refrán árabe que dice: "si me engañaste una vez, la culpa es tuya, pero si lo haces por segunda vez, entonces es mía". Porque, ya que se ha demostrado que hay gobernantes y líderes sociales tan sanguinarios que anteponen sus intereses políticos a la salud de los ciudadanos, el hecho de que alguien los siga es más propio de militantes becerriles que de personas en su sano juicio. No olvidemos que, tras un año donde todos hemos renunciado a libertades de movimientos y hemos tenido que aprender métodos y tecnologías a distancia para comunicarnos con los demás, es difícil de justificar que no se busquen alternativas posibles a unas manifestaciones de alto riesgo.

El problema es que todo empieza a ser trágico y monótono. Nuestros mandatarios ordenan el cierre de los negocios y arruinan a las familias, pero no exigen internacionalmente que se incremente la producción de vacunas. Y todo ello mientras permiten unas elecciones, impulsan manifestaciones y simpatizan con la turbamulta nocturna. La cuestión final que deben plantearse es ¿este control sobre los ciudadanos podrán mantenerlo eternamente?

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