Voto-cheque en blanco

Votar a Sánchez es una versión cualificada del voto en blanco que supone dar un cheque en blanco

Un fenómeno que quizá sea estrictamente contemporáneo es ver a los políticos cruzar en vivo y en directo una delgada línea a partir de la cual pierden el contacto con sus votantes y caen en picado. El chalé de Pablo Iglesias es un caso obvio, pero hay más. Cuando Inés Arrimadas deja Barcelona para volverse a Madrid, algo se opaca en el aura original de Cs. El ataque furioso de Pablo Casado a Santiago Abascal en la moción de censura supuso una cesura en su carrera o sprint. No levantó cabeza desde entonces y se precipitaron los acontecimientos. Menos evidente veo el caso de Albert Rivera, porque yo comprendo demasiado bien su rechazo a negociar con Sánchez, pero hay que reconocer que aquella negativa terminó llevándoselo por delante.

¿Ninguna línea roja va a afectar nunca a Sánchez, con la de líneas que él se ha saltado a la comba? ¿La reforma del delito de sedición no será el caso? Me gustaría decir que sí, pero no estoy aquí para hacer pensamiento desiderativo. Será que no.

Lo que no quita la gravedad del hecho. Incumple sin ningún pudor su expresa, repetida y grabada palabra de hacer lo contrario. Socava la separación de poderes haciendo un fraude de ley de manual. Se aprovecha de la retroactividad de ley beneficiosa para mimar a los enemigos de España. Luego, le aplauden esos mismos enemigos, Otegui el primero.

Pero no será una línea roja porque ya ha mentido, ya ha traicionado a la nación, ya se ha pitorreado del Estado de Derecho, y ha seguido teniendo votos suficientes.

Sí será una línea roja para sus votantes. El que sigue votando a Sánchez reconoce explícitamente que le da lo mismo ocho que ochenta. Absolutamente. Estamos ante una versión cualificada del voto en blanco que supone dar un cheque en blanco a éste para que haga lo que se le dé la gana, incluso contra lo que prometió, contra la postura clásica del PSOE, contra la Constitución y contra los principios generales del Derecho.

Esos ciudadanos que ponen todos sus valores en las manos de prestidigitador de Sánchez son, a poco que se piense, una auténtica curiosidad sociológica. Yo confieso que tengo un interés directamente morboso en saber cuántos conciudadanos míos renuncian de una manera tan absoluta a su soberanía y a ser gobernados con las mínimas normas de decoro, coherencia y lógica. No sé qué proporción de votantes así se puede permitir una democracia, pero estamos haciendo el experimento

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