La Yenka de las carreras científicas

Un ministerio de igualdad, pero donde la representación masculina escasea, es una aberración

En el año 1965 nace una de las primeras canciones del verano en España. Un joven y espigado holandés, Charles Recourt, que muere antes de conocer su éxito, fue el autor de la Yenka, baile que nos invita permanentemente a situarnos a la derecha, a la izquierda, hacia delante o hacia atrás. Algo así debe pasar en nuestra política española cuando la ministra de Igualdad se ha propuesto trabajar para que las mujeres puedan estudiar carreras científicas. Una magnífica idea que llega más de medio siglo tarde, es decir, varios pasos atrás, y donde por fin las críticas de las mujeres científicas no se han hecho esperar.

Cabe pensar que un ministerio que se denomina de igualdad, pero donde la representación masculina escasea, es una aberración, quizás por ello surgen tantas ocurrencias poco contrastadas. Durante la democracia, esa que le parece tan anormal a la pareja ministerial, la única limitación para realizar carreras científicas ha sido la nota de corte. Por ello, para los que hemos estudiado estas disciplinas, nos sorprende que haya tanto desconocimiento entre nuestros gobernantes. En la mayoría de las carreras científicas existen un número equivalente de hombres y mujeres, y ese hecho lleva produciéndose ya varias décadas, incluso antes del nacimiento de esta nueva generación de líderes ignorantes.

Otra situación algo diferente es la promoción de las carreras STEM (acrónimo en inglés de Ciencias, Tecnologías, Ingenierías y Matemáticas). Ciertamente las ingenierías clásicas (mecánica, electrónica o electricidad) no tuvieron mucha presencia femenina. Pero desde la incorporación de las modernas (diseño industrial, telecomunicaciones o informática) la situación ha ido cambiando curso a curso. De ahí que la mal llamada brecha laboral, debida en gran parte a la escasez de mujeres en estas carreras que son las mejor pagadas, se vaya cerrando paulatinamente.

Lo que es evidente es que nuestro país no pone la más mínima traba para que en estos estudios se tenga preferencia por uno u otro sexo. Por tanto, sería oportuno indicarle a ese ministerio de igualdad que no es necesario que trabaje obviedades y que, si va a seguir en esta línea de hacer declaraciones inanes, cabría pensar que la utilidad del mismo queda en el entredicho. Como bien decía Montesquieu: "Las personas que tienen poco que hacer son por lo común muy habladoras: cuanto más se piensa y obra, menos se habla".

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