LA ocurrencia de Mariano Rajoy de pedir a los diputados socialistas que se rebelen contra Zapatero y le hagan caer fue replicada por el presidente con un argumento de cajón: atrévase usted a presentar una moción de censura, que es el mecanismo normal para derribar legalmente a un gobierno, y replicada a su vez por los interpelados con risas generales y cierre de filas.

No se podía esperar otra cosa. Pero la ocurrencia mariana es más que una simple ocurrencia. Tiene un trasfondo: responde a una idea que se va extendiendo paulatinamente, la idea de que Zapatero ha dejado de ser el caballo ganador a cuya sombra se cobijan los barones territoriales del PSOE para reforzar sus propias opciones electorales. Sus carencias y su levedad, puestas de relieve dramáticamente al encarar una crisis económica de gravedad desconocida, perjudican más que benefician a quienes han venido colocando, junto a sus carteles de campaña, la efigie sonriente de ZP.

Con el viento a favor todo fueron arrumacos, carantoñas y ostentación del líder que ganó, imprevisiblemente, las elecciones de 2004 y volvió a batir a Rajoy en 2008. Ahora pintan bastos, la popularidad del presidente ha caído y quien más y quien menos recupera un discurso propio y diferenciado y marca distancias con la Moncloa. El más directo ha sido José María Barreda, presidente de Castilla-La Mancha, que se atrevió a decirle a Zapatero que cambiara su gobierno y ahora se dispone a encabezar una manifestación en su comunidad autónoma contra una relevante decisión de política nacional (el cementerio de residuos nucleares). Se comprende. Tiene elecciones regionales a la vuelta de la esquina.

También las tiene Cataluña, y ésas ya son palabras mayores. Tras el episodio chusco de un consejero socialista de la Generalitat, Ernest Maragall, confesando que el pueblo catalán está fatigado del gobierno tripartito y que éste no ha demostrado disponer de un proyecto de país, y su posterior arrepentimiento público -más falso que Judas-, lo que se esconde es el deseo del sector más nacionalista del PS de Cataluña de acentuar sus señas de identidad y presentarse ante los electores como un partido netamente catalanista, alejado del PSOE y de Zapatero (ha recuperado expresamente la reivindicación de formar grupo parlamentario propio, aparte del socialista, en el Congreso). Responde a la misma inquietud: ZP, hoy, no suma fuerzas a las candidaturas socialistas, sino que resta. El PSOE de Madrid también ha avisado de que no piensa aceptar que sea la ejecutiva federal del partido, que lidera Zapatero, la que designe a sus candidatos a la Comunidad y al Ayuntamiento.

Griñán no debe andar lejos de estos pensamientos separatistas.

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