Tres adjetivos

El nacionalismo, que vive de las pasiones del hombre, se excluye con naturalidad de la serenidad y del rigor

El lunes, en la apertura del Año Judicial, la fiscal general del Estado, doña María José Segarra, recordaba la "imperiosa obligación" de acatar la sentencia del procés, asunto que se destacó de inmediato en los informativos, y que resulta válido para todos los españoles (incluidos los veraneantes en Waterloo y el obispo de Solsona), cosa que el señor Garzón, tan acostumbrado a discriminar por pueblos e identidades, igual no alcanza a comprender. Más interesante, sin embargo, era su escueta mención al proceder de la Justicia. Según doña María José, la reacción del Estado al procés ha consistido en "la aplicación serena, firme y rigurosa de la ley".

Esto, por supuesto, sirve para cualquier justicia que se quiera justa. Pero esos tres adjetivos, referidos la ley, acotan con exactitud el ámbito en que la justicia se recorta desde el XVIII, cuando Beccaria hace su célebre distinción entre pecado y delito. El nacionalismo, que vive de las pasiones del hombre, se excluye con naturalidad de la serenidad y del rigor, y se afirma en un vago darwinismo que actualiza los privilegios y estamentos del Ancien Régime. El principio ilustrado, sin embargo, obliga a conformar el delito y la culpa a unos hechos probados. Con lo cual, en otro país -en otra hora del mundo-, los encausados del procés serían mártires de la causa, a quienes esperan la gratitud y el llanto de las muchedumbres. Pero en una democracia como la española, la ideología concierne sólo al individuo, de modo que lo que se juzga son los derechos que los procesados violentaron en nombre de la Cataluña una, grande y libre.

El lunes, nuestro admirado Luis Sánchez-Moliní señalaba uno de los excesos que cabe atribuir, lejanamente, a la Ilustración: la atropellada sed de conocimiento del turista, que depreda aquello que dice visitar. Esta devastación no es nueva, sin embargo. En 1770, Cornelis de Pauw escribe: "Pongamos límites a este afán desmedido de invadirlo todo con el fin de conocerlo todo". De Pauw se refería, claro, a las expediciones que marchaban a geografías remotas, pero vale para nuestras excursiones a Venecia. En el otro extremo del espectro se hallaría el Principio de indeterminación de Heisenberg, que nos impide conocer, a un tiempo, la situación y la velocidad de las subpartículas. Pero entre medias, ¡ah!, entre medias se halla el conocimiento sereno y preciso que defendía la fiscal general del Estado. En ese campo ilustrado, la libertad no se confunde -nunca- con el golpismo.

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