El anarquista exquisito

Ayer escribí una loa a la joven diputada socialista y hoy voy a escribir un canto al anarquista anónimo

En el muro de la última curva que conduce a mi trabajo, alguien había hecho una inmensa pintada que rezaba: «Puerto Real, antifascista. Fuera VOX», exornada con una hocecita y un martillito. Yo estoy en contra de toda pintada, pero me confieso más indulgente con las políticas. Me espantan las artísticas de los grafiteros que podían hacerlas en un folio o en un lienzo en su casa; y no entiendo las fálicas, tan obsesivas. Mis hijos llaman a los autores de estas últimas, los «coliteros». La pintada política tiene al menos un aire vintage a la Transición y demuestra cierto compromiso social. A ésta cabría ponerle un pero: la falta de necesidad. Que Puerto Real tira a antifascista no hace falta anunciarlo en los muros.

Curiosamente, una buena mañana me encontré que otro grafitero (o el mismo, si de repente se ha convertido al neoconservadurismo) había tachado el antifascismo y la hoz y el martillo, y había conservado lo de Vox, precedido por un «Vota a…» y añadiendo "Fuera comunistas" y un inmenso "Viva España". Pensé que aquello iba a durar menos que un caramelo en la puerta de un colegio.

Efectivamente. Pero el tercer grafitero ha sido exquisito. Ha tachado la "V" y la "X" y ha aprovechado la "O" de Vox para inscribir una "A" anarquista. Eso de reciclar la pintada ajena me ha encantado, y es un valor transversal entre los grafiteros de Puerto Real, según se ve. Ha tachado luego la expulsión de los comunistas. Quisiera elogiarle otra cosa en especial. Ayer escribí una loa a la joven diputada socialista y hoy voy a escribir un canto al anónimo anarquista puertorealeño. No sé adónde voy a llegar, pero adónde quiero llegar es que ese caballero anarquista tuvo el precioso detalle de no quitar el "Viva España". Qué impagable lección de que la nación es de todos, y que el patriotismo no debería tener color político. Eso, como ustedes saben, no lo tenemos tan claro aquí. De golpe, las innecesarias pintadas se habían convertido en imprescindibles: transmitían un mensaje sorprendente. Daban una buena lección a muchos izquierdistas que no terminan de dejar de identificar el nombre de su nación con los principios de sus rivales. Y daban un buen zasca, sutil, elegantísimo, que les habrá alegrado, a los que puedan pensar que la nación es su patrimonio. Ahora, con sus borrones y su historia, el grafiti es inmejorable. "No lo toques ya más/ que así es la rosa", rogaría, como JRJ.

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