EL año que ha acabado ha sido, sin ningún género de dudas, el peor que ha vivido Andalucía en mucho tiempo. La práctica totalidad de los indicadores del bienestar de una sociedad se han reducido: tenemos más paro, menos actividad económica y menos consumo, sectores sociales importantes han visto recortadas o congeladas sus retribuciones y se ha acentuado la aparición de una nueva pobreza que llena los comedores sociales y se instala en muchos hogares desacostumbrados a la penuria. A causa de la crisis y de su nueva percepción, más realista, por parte del Gobierno de la nación se han adoptado medidas de recorte en materia de inversión pública y gasto social que empobrecen a la sociedad y, a la vez, obstaculizan la reactivación, ya que el objetivo prioritario de los gobernantes, en Madrid y Sevilla, se centra en la reducción del déficit y la tranquilidad de nuestros acreedores internacionales. Los andaluces amanecieron ayer al 2011 con un pesado cargamento de temor e incertidumbre que no contribuyen a aligerar las noticias económicas de los últimos días, con las subidas de la luz, el butano y el tren. Desde el punto de vista político, la comunidad autónoma andaluza ha visto pasar el ejercicio anual en blanco. El cambio de gobierno que ejecutó José Antonio Griñán en primavera para despegarse de la herencia de Chaves no se ha traducido en un golpe de timón esperanzador, igual que ha ocurrido con su asunción del control del PSOE andaluz, que funciona ahora peor que con su antecesor (también las condiciones generales han empeorado). Ha tomado medidas parciales de cierto interés para combatir la crisis, dentro de su limitada capacidad de maniobra, pero ha fracasado en sus apuestas políticas más relevantes (caja única y reordenación del sector público). Está perdiendo terreno ante un Partido Popular que avanza y cuyo líder, Javier Arenas, acaricia tras fracasar en otras tres intentonas el sueño de liderar al fin Andalucía desde el centro-derecha. Las elecciones municipales de mayo -el gran hito político del nuevo año- aparecen como decisivas sobre el panorama político de la región. La sociedad en general y los empresarios en particular mantienen una actitud más expectante que activa, esperando quizás del poder político más de lo que se puede esperar, y esperanzados en que la coyuntura cambie de una vez, aun a sabiendas de que eso depende de factores exógenos.

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