¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

El año sin verano

EN 1815, la explosión del volcán Tambora, ubicado en la pequeña isla indonesia de Sumbawa, produjo lo que se ha conocido como "el año sin verano". Consecuencia de la brutal erupción, la mayor registrada en la historia humana, una gran nube de cenizas oscureció los cielos del planeta e impidió que el sol estival calentase los campos y ciudades de Europa justo el año en que el Viejo Continente intentaba recuperar el sosiego tras las Guerras Napoleónicas. Aquel verano fue triste y frío, pero le debemos los extraños cielos que pintó Turner, el resultado hermoso y efímero de lo que, en realidad, fue un auténtico infierno que se desarrolló a miles de kilómetros de la Inglaterra del pintor.

Recordamos ahora la catástrofe del Tambora, que conocimos en su día gracias a un artículo de Muñoz Molina, porque todo indica que durante 2016, en España, viviremos un nuevo "año sin verano", aunque esta vez, a Dios gracias, no será por una erupción apocalíptica, sino por la impericia de nuestros políticos para llegar a un acuerdo de Gobierno. El estío, esa época de vino y siesta, de viajes y reencuentros con los paisajes de la niñez, de cálidas y estrelladas noches propicias para la tertulia y el amor, será sustituido por el ajetreo de los teletipos, las últimas horas, los dimes y diretes de los que ya nos dejaron sin Navidad y ahora quieren arrebatarnos nuestro querido, íntimo y familiar verano. Todo apunta a que el 26 de junio habrá elecciones, lo cual -siempre hay un lado positivo- nos librará de seguir asistiendo al espectáculo de Pedro Sánchez mendigando pactos por la Carrera de San Jerónimo mientras Rajoy, pegado a su puro, planta sus zapatones sobre algún mueble rococó del Palacio de la Moncloa.

En un país como España nunca se deberían hacer elecciones en verano, una época en la que la canícula florece y la calor enciende los ánimos, desespera las almas y afila las iras. No por casualidad, como en su día señaló el profesor Comellas, la mayor matanza de la historia de nuestro país comenzó un 18 de julio con el mercurio desquiciado. Como ya hemos dicho, el verano es tiempo para combinar la quietud y el jolgorio, la hamaca y la ebriedad, no para andar discutiendo de asuntos políticos, actividad de la que el español -mitad cabra, mitad filósofo- no suele salir airoso. Si nuestros políticos tuviesen un mínimo de seriedad no tentarían a la suerte: pactarían, formarían Gobierno y nos devolverían el anhelado verano.

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