Postales desde el filo

40 años después

Desde hace algunos años celebramos el aniversario de la Constitución hablando de la necesidad de cambiarla

Desde hace algunos años celebramos el aniversario de la Constitución hablando más de la necesidad de cambiarla que de los grandes servicios que ha prestado. Nos ha permitido las mejores décadas de la historia moderna de nuestro país, algo que aunque suene a lugar común no deberíamos dejar de recordar. Lo que no significa que no haya que adaptarla a los enormes cambios que se han producido o a las nuevas demandas de una sociedad que es muy distinta a la de la España del 78. Uno de esos grandes cambios es el eje del debate político actual en relación al que dominaba en las discusiones del texto constitucional. El reto era lograr un marco legal de convivencia en el que todos nos reconociésemos: integrador en asuntos ideológicos y morales y cohesionador frente a las desigualdades. Si entonces el conflicto era ideológico -y el enorme peso del trágico pasado- hoy el problema que nos divide es el cómo encajar al conflicto territorial. Los constituyentes del 78 hicieron difíciles equilibrios para que las reclamaciones nacionalistas, sobre (supuestos) derechos históricos e indentitarios, fuesen compatibles con los principios de integración y cohesión territorial. Se consensuó una solución abierta e interpretable, pero la tensión de las reclamaciones nacionalistas fue creciendo hasta conseguir hacer saltar las costuras del texto constitucional. Un proceso que ha tenido además inevitables efectos antigualitarios porque, como dice Félix Ovejero, "ha quebrado las unidades de justicia (de redistribución) y de derechos y ha debilitado las instituciones políticas como herramientas con las que realizar las políticas públicas a favor de la igualdad".

Cuando el líder de Podemos dice: "Apostamos porque la libre decisión de los pueblos construya un proyecto unido", está defendiendo un nuevo proceso constituyente que deconstruya el demos para construir a partir de la suma de las partes. Se trata de una Idea propia de una izquierda que antepone la identidad a la igualdad; que ha sustituido la división de clases por la territorial o transformado la lucha de clases en conflicto identitario. La España del 1978 era una sociedad profundamente dividida y cargada de miedos e incertidumbres, lo mejor de la Constitución fue su capacidad integradora. Algo que es, al parecer, lo que más odian sus enemigos. Entre los que habrá ahora que incluir a Vox con sus propuestas desacomplejadamente inconstitucionales. No cabíamos en casa…..

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