SETENTA años bien llevados, a pesar de que su vida no ha sido fácil e incluso atravesó momentos extremadamente complicados, en lo político, en lo personal y en lo dinástico.

Quizá por eso aguantó a pie firme los malos tragos de este año que algunos cronistas se han empeñado en llamar horribilis, pero que el Rey ha salvado con un resultado más que brillante. Una quema de fotografías no van a empañar una historia que ha escrito página a página, con episodios que parecían no tener salida, historia que se salda con el afecto y el respeto muy generalizado de los españoles. Incluidos los que nunca se sintieron monárquicos y que a través de don Juan Carlos aprendieron a valorar la Corona y miran hacia el Príncipe, conscientes de que se ha formado a la sombra de un rey que ha antepuesto la razón de Estado a cualquier conveniencia, y ha educado a su hijo para que sepa cumplir con su deber el día que le corresponda.

Las generaciones jóvenes conocen poco a su Rey, saben poco de lo que le deben los españoles. No pueden ni imaginar su soledad en España en los años de su infancia, tampoco son conscientes de lo que le costó aceptar que Franco nunca designaría a su padre como sucesor, y que a él le correspondería asumir esa responsabilidad rompiendo el corazón a un don Juan que, hasta el último minuto, creyó que la reinstauración pasaría por su persona y llegó a desconfiar de su hijo pensando que había maniobrado a su favor.

Esa generación de jóvenes, volcados en estudiar la historia del héroe local porque los planes de estudio se han desquiciado en este país autonómico nuestro, apenas tienen noción de cuál ha sido el papel del Rey en la configuración de la España actual, hasta qué punto tuvo que mover hilos para cambiar una dictadura y convertirla en una democracia, y hacerlo además sin profundizar en la brecha todavía sangrante de la Guerra Civil. Contó el Rey con la colaboración de espléndidos políticos, los más generosos, con un patriotismo fuera de duda, pero antes de contar con ellos tuvo que realizar un delicadísimo trabajo: convencerles de que debían no sólo confiar en él a pesar de haber sido educado bajo el paraguas protector de Franco sino, además, de que debían colaborar con él para construir la nueva España democrática.

Le debemos mucho, aunque dejó de tener un papel político activo una vez aprobada la Constitución que él impulsó. Pero a pesar de sus silencios, sigue haciendo un trabajo discreto, callado, que conocen mejor que nadie los sucesivos presidentes de Gobierno, que han tenido siempre en él a su mejor colaborador, fueran del partido que fueren. Hoy, a sus 70 años, el respeto a su persona es casi unánime -siempre hay excepciones, en este caso irrelevantes-, pero, lo que es más importante, ese reconocimiento es justo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios