20 años

Málaga tiene la oportunidad de reflexionar sobre cuál debe ser su gran transformación urbana

Diecisiete años después de que la peatonalización de calle Larios iniciase la transformación del centro histórico, podemos afirmar que esta llega a su fin. A pesar de que aun harán falta varios lustros para que se rehabilite la mayoría de su caserío, hay que reconocer que la construcción ha crecido exponencialmente en los últimos años. Y ello, a pesar de las dificultades que entraña cualquier licencia. El precio ha sido más de dos y tres edificios catalogados y la expulsión de parte de su población residente, incapaz de resistir su transformación en un parque temático. Precisamente lo que el vigente (y nunca terminado de revisar) Plan Especial de Reforma Interior quería evitar, tras focalizar su miedo en que se convirtiera en un barrio financiero. La actuación en el Ensanche Heredia, ahora Soho, inició el salto de la Alameda actualmente en obras. Y la reurbanización de Carretería y Álamos finalizará de cerrar el anillo, cuando se consensue con los vecinos, más preocupados de que no los expulsen de su barrio. Será el colofón de un proceso de reforma interior que, en más de una ocasión, ha parecido responder más a las posibilidades de una subvención que a un plan preconcebido.

Málaga tiene la oportunidad de reflexionar sobre cuál debe ser su gran transformación urbana en el segundo cuarto del siglo XXI. Con un eje litoral beneficiado por su posición geográfica y un crecimiento hacia el valle del Guadalhorce ordenado por el planeamiento, el Plan Especial del Guadalmedina representa una oportunidad de abordar la reforma de unos barrios tradicionalmente poco favorecidos y alejados de cualquier dinámica de transformación urbana. A veinte años vista, la inversión económica resulta más viable y la experiencia acumulada en el centro histórico debe permitir vencer las resistencias iniciales, al tiempo que se evitan anteriores errores.

Málaga no es una ciudad que viva de espaldas al mar, más allá de la inevitable barrera que representa cualquier recinto portuario. Su valla ocupa poco más de 1,5 km de los 12 que hay entre el Guadalhorce y el Candado. Poco si se compara con los 5,5 por los que corren las dos fachadas del río, conformadas por algunos de los barrios con menor renta media anual. La oportunidad radica en ponerse de acuerdo y recordar que es el proyecto urbano del Plan Estratégico. Recordar que, en este tipo de procesos, como en el tango, veinte años no son nada.

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