Paren las máquinas. Resulta que este año, en vez de Feria, tendremos conciertos de Ara Malikian, Miguel Poveda y 091, entre otros. Es decir, más o menos los mismos conciertos que antes veíamos gratis en la misma Feria (recuerdo como un trallazo el de 091 en la Caseta de la Juventud en la última gira previa a su separación, hace tantos años, demasiados, maldita sea), sólo que ahora pagaremos por verlos con la comodidad, eso sí del Auditorio Municipal. Bien, bueno está: el Cartojal tampoco lo regalan, y a poco que baje uno al centro a ver el ambiente hay que ir preparando la cartera, como Dios manda, por no hablar de la decisión de ir a tomar algo al Real, donde a menudo las tarifas le dejan a uno cara de tonto (en las casetas de nuestra Feria entra todo el mundo, no como en la Feria de los estirados sevillitas; eso sí, a menudo hay que pagar un ojo de la cara, así que igual trae más cuenta sacarse algún carnet o inscribirse en alguna cofradía). La cuestión es que sí, la Feria era antes ese sitio ruidoso en el que había ocasión de disfrutar de alguna buena actuación en directo. Recuerda uno otras noches inolvidables con Juan Perro, con Kiko Veneno, con Rosendo, ya saben, pureta que va siendo uno, y a mucha honra. Aquello desapareció, claro: la programación de espectáculos devino en una caricatura pésima de lo que fue y el gancho desapareció para siempre, con lo que apenas cabe ir a la Feria a subirte a los carricoches si tienes niños en edad correspondientes o pillar una cogorza del calibre cinco, pero habíamos quedado, diantre, en que uno ya va para viejo y en que algunas cosas han perdido su gracia. No dudo de que el modelo de las últimas décadas ofrece atractivos ampliamente compartidos por muchos, lo que salta a la vista; pero no es menos cierto que para algunos la Feria se convirtió en una Antiferia, un evento del que más de siete se han sentido expulsados y que poco o nada tiene que ver con un porcentaje abultado del público potencial. Lo que no sólo tiene que ver con sentar cabeza.

Porque, bueno, el Ayuntamiento puede vender la Feria como una cita cultural a base de meter en los programas las exposiciones de los museos municipales, que ya me dirán. Pero igual sería posible ampliar el abanico, tantear otros modelos que inviten a quienes se sienten hoy fuera a subirse al carro, aunque sólo sea por la evidencia de que la Feria la pagamos todos, incluidos los que la evitan a toda costa. Sería bonito, entonces, que la alternativa adoptada este año se mantuviera en los sucesivos de alguna forma, también cuando haya Feria, como antes, con conciertos y actividades que vayan un poquito más allá del rancio chundachunda vertido al pueblo; y si hubiera que pagarlo, pues oiga, en el caso de que la oferta esté a la altura seguro que el respetable responde en taquilla. A lo mejor el parón sirve para diseñar una Feria más abierta, más inclusiva, abierta a todo el mundo: unas fiestas a las que una mayoría real desee apuntarse. A lo mejor. Quién sabe.

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