Confabulario

Manuel Gregorio González

L os antipatriotas

IBA uno a hablar de El jubileo de la Porciúncula, obra de Murillo, vuelto a Sevilla después de muchos años; iba uno a recordar al mariscal Soult, a José Bonaparte, a aquel vasto latrocinio que inventarió con escrúpulo Gómez Ímaz; iba uno, en fin, a divagar sobre la desigual fortuna de los pintores y el ocaso de don Bartolomé, comenzado el XX, cuando el señor Iglesias ha hecho unas declaraciones a cuenta del Día de la Hispanidad y de quienes acuden a celebrarlo. Dice don Pablo Iglesias que hoy no asistirá a los fastos del Palacio Real, "porque estará lleno de antipatriotas". Lo cual me ha hecho recordar, sin pretenderlo, a don Gregorio Marañón y su infortunado prólogo al Lazarillo de Tormes.

Era el año 40 y don Gregorio escribe, a modo de conclusión, que el autor del Lazarillo es un antipatriota. Un patriotismo adverso que don Gregorio, republicano de primera hora, extiende a Velázquez, a Cervantes, al Arcipreste, a Quevedo, a Mateo Alemán y, en suma, a aquel Siglo de Oro que quiso dar una visión más áspera y escarnecida del ruinoso galeón de España. Obviamente, Marañón estaba haciendo una lectura moral de un hecho literario. Y también es obvio que a Marañón no se le escapa tal paradoja estética. No en vano, a Gregorio Marañón se le debe, junto a Zuloaga, Cossío y aquel loco estremecido que fue Maurice Barrès, el redescubrimiento de El Greco. Lo cual es mérito suficiente, si no hubiera otros -que no es el caso-, para otorgarle un lugar principal en nuestro santoral laico. Aun así, Marañón comete un error, inducido quizá por una circunstancia aciaga. Marañón divide el arte español entre patriotas y antipatriotas, entre un arte adecuado y un arte inicuo, siendo lo cierto que más ha hecho por la moralidad el Lazarillo de Tormes que el aburrido Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla. Lo reprobable, en cualquier caso, es que Marañón sitúa como españoles a la contra, como enemigos de una España mejor, a quienes no participaban de su opinión y de sus gustos.

¿Quién era Marañón para catalogar a Quevedo entre el número de los antipatriotas? ¿Y quién es el señor Iglesias para arbitrar e incriminar con tan vaporoso concepto? Marañón, repito, fue una de las grandes cabezas del XX español, a cuya inteligencia se debió, no sólo el advenimiento de la República, sino la recuperación de un patrimonio cultural e histórico, entonces olvidado. El señor Iglesias, sin ninguna de sus virtudes, se dispone a heredar su más notorio defecto.

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