No aprendemos

Con esta son seis las olas que hemos padecido y en todas se ha reproducido este cúmulo de defectos

Después de una convivencia dramática de casi dos años con el coronavirus no parece que hayamos aprendido mucho. Esta civilización tan segura de sí misma no ha aceptado que un virus pueda alterar de forma súbita su asentado dominio sobre la naturaleza y ponga en riesgo un sistema social y económico tan sólidamente establecido. Nos falta la humildad necesaria para reconocer que algo se escapa a nuestro control, porque eso nos crea ansiedad y por eso sentimos la necesidad de exigir seguridades de las que hasta ahora carecemos. Los propios científicos se sienten en la obligación de ofrecer con rapidez tratamientos eficaces que tranquilicen a una sociedad inquieta, lo que les dificulta ser más cautos a la hora de proponer soluciones, como sería aconsejable. En este ambiente de incertidumbres, la sociedad exige a sus gobiernos medidas justas, equilibradas y eficaces. Pero nada es tan fácil ni todo es posible, aunque ningún gobierno quiera reconocer sus limitaciones. El problema estriba en que en este terreno incierto se pretende encontrar propuestas que traten de conjugar prioridades que pueden ser incompatibles. Hay que intentar conjugar la defensa de la salud con la libertad individual y la actividad económica, social y laboral de los ciudadanos. Y en este difícil equilibrio no es sencillo acertar con la medida exacta que no pueda ser tachada de sobreactuación, por un lado, o de peligrosa e irresponsable inacción por otro. Si a esta dificultad insalvable le unimos la injustificada batalla política estamos ante un pozo del que no parece fácil salir. Asistimos a un reguero de controversias que, con más modestia y sensatez, nos podríamos haber ahorrado. Hemos visto cómo cuando parecía que manteníamos a raya al coronavirus había codazos entre el Gobierno central y los autonómicos para aparecer en la foto como los artífices de tal hazaña, para intentar seguidamente camuflarse y eludir responsabilidades cuando, sin más causa que la evolución del virus, volvíamos a sentirnos en peligro. En esta situación de fragilidad es donde una oposición irresponsable y ventajista puede sentirse cómoda; solo hace falta esperar a que el gobierno tome una medida para criticarla despiadadamente por exceso o por defecto, pues al fin y al cabo es el daño gubernamental y no la solución lo que se persigue.

Con esta son seis las olas que hemos padecido y en todas se ha reproducido este cúmulo de defectos. No sé cuántas tendremos que sufrir para aprender algo de ellas.

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