El llamamiento del alcalde de Málaga al resto de administraciones públicas para retomar el proyecto del Auditorio ha tenido la misma resonancia que habría recabado un requerimiento para financiar una exploración tripulada a Mercurio. Elías Bendodo, claro, dijo esta boca es mía, pero si la Diputación tampoco se hubiera dado por aludida entonces habría que empezar a hablar sobre otros problemas. Que el Auditorio se quedara sin hacer con el consorcio eliminado por el Gobierno significó, ante todo, una notable frustración para Francisco de la Torre, cuya resistencia a dar su brazo a torcer es, como bien se sabe, titánica. Sí, claro, es una lástima que una ciudad con las dimensiones, la población y las posibilidades de Málaga no cuente con un espacio consagrado en exclusiva a la lírica y la música clásica. Pero no deja de mosquearme el hecho de que la misma ciudad que en los últimos años ha dejado morir festivales, ciclos y actividades más que interesantes para la música (sostenidos en su momento por las mismas instituciones que integraron el consorcio del Auditorio; es decir, todas las competentes), la misma que hace lustros que no recibe a una orquesta sinfónica en calidad de invitada, aspire ahora, con todas las letras, a algo tan rimbombante como un Palacio de la Música. Porque de lo que nunca se ha hablado, ni cuando estaba el consorcio ni ahora, es de un proyecto de programación que justifique la construcción del Auditorio. Sabemos que la idea es dedicar el espacio a la música y la ópera, pero ¿qué música? ¿Qué ópera? ¿Se quedaría el asunto en la temporada de abono de la Orquesta Filarmónica y en las mismas óperas que ya vemos? Para esto a lo mejor es suficiente el Teatro Cervantes (con el que, por cierto, la misma OFM ha mejorado notablemente su relación en las últimas temporadas). Y ya sabemos que en Málaga cuesta la misma vida que se ponga sobre la mesa una programación musical mínimamente competitiva. A lo mejor si desde el principio se hubiera dado cuenta del proyecto cultural para el que se quiere el Auditorio se habrían conservado los apoyos y, tal vez, se habría ganado a la ciudadanía para la causa. Pero da la sensación de que el alcalde quiere el Auditorio porque hay que tenerlo, porque toca. Y esto sí es empezar la casa por el tejado.

El maestro Octav Calleya lo explicaba ayer muy bien en la Ser: el Auditorio no es un fin, sino una consecuencia. Si algún día llega, lo hará porque la sociedad civil lo ha reclamado antes. Pero si en vez de esto se levanta el Auditorio y luego se invita al personal a ir, sospecho que lo veremos cerrado (como buena parte de los auditorios medianos que se construyeron en España durante el boom del ladrillo) en menos de tres años. Calleya ponía el símil perfecto: el Pabellón de Ciudad Jardín se quedó pequeño y se construyó el Palacio de los Deportes Martín Carpena, sonó la flauta de un posible mundial de atletismo y en menos de un año ya teníamos todo un estadio, al Málaga se le ocurrió montar una Academia y el Ayuntamiento cedió el suelo de manera gratuita (como, por cierto, a alguna cofradía). ¿Tenemos certezas de que haya un respaldo social al Auditorio en una ciudad cuya primera orquesta pierde abonados cuando al director titular le da por programar cosas demasiado raras? ¿Sabría Málaga qué hacer con el equipamiento al que aspira? Es la música, no el ladrillo. Ay.

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