Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Más banderas

El año nuevo nos traerá más banderas y una mayor identificación del divergente como extranjero

Resultó significativo que fuera Manuel Valls quien ejerciera de verso suelto en Ciudadanos para expresar sus peros al acuerdo con Vox en Andalucía. Valls apelaba a la coherencia, pero, para ser honestos, habría que admitir que el patriotismo ciudadano invocado por los naranjas, con sus circos de banderas y camisas blancas y sus llamamientos al orgullo nacional, orquestado como reacción al nacionalismo separatista, ha tenido tanto que ver con el auge de la derecha más rancia como la rabia ciega, excluyente y totalitaria de Puigdemont y Torra. La historia viene demostrando desde el Renacimiento que responder al nacionalismo con más nacionalismo constituye la primera vía de oxígeno del despotismo, por más que llamemos a nuestro nacionalismo patriotismo con tal de que nuestra caverna parezca más civilizada que la del contrario. Lo coherente, entonces, y por más que le pese a Valls, es justamente lo que ha sucedido: una deshumanización de la política que Ciudadanos, precisamente a tenor de la intención con la que fue creado en Cataluña, pudo haber dirigido hacia otras orillas, pero que ha preferido conservar en su cauce a cambio de un miserable ascenso en las cotas de poder. Este año termina con más banderas, más reclutas acríticos y más confrontación. Y cada uno debería revisar su parte de culpa.

Habrá quien considere que este apego de la política española a la lógica de las tribus cuenta con el respaldo de suficientes adeptos. Pero en honor a la verdad habría que admitir que la gran vencedora de la contienda electoral en los últimos años, con un ejemplo decisivo en los recientes comicios andaluces, es la abstención. Si la crisis hizo sonar las alarmas por la desafección de la sociedad respecto a la política, ahora la desafección se da por normalizada; los nuevos administradores consideran legitimadas medidas que afectan de manera grave a la mayor parte de la población a cuenta de porcentajes de votos realmente ridículos y que de ninguna manera deberían ser considerados representativos, pero más lamentable aún es el modo en que un raquítico puñado de papeletas sirve para reforzar los bandos y animalizar a los que piensan de otra forma. Es cierto que la abstención es el peor cauce posible para la protesta; pero también lo es que, ya antes de la crisis, fue la política la que hizo gala de su desafección respecto a la sociedad española al cambiar a los ciudadanos por banderas a la hora de señalar sus objetivos. Y esto nunca sale gratis.

Así que el año nuevo nos traerá más banderas y una mayor identificación del divergente como extranjero. Malos tiempos.

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