Si el Día de la Hispanidad consistía para algunos en comprobar quién la tiene más grande, que parece que sí, Fuengirola se llevó el gato al agua con su enseña de cincuenta metros de largo por cinco metros de ancho, suficiente para acordonar Los Boliches de cabo a rabo. Pero quienes buscaban el definitivo toque berlanguiano a cuenta de las últimas noticias no lo han encontrado en Puigdemont, ni en Rajoy, ni en Anna Gabriel (y mira que hizo méritos con aquello de sus independientes sin fronteras) ni en Pedro Sánchez, sino en Ana Mula, la alcaldesa del municipio, que asistió al monumental despliegue de la rojigualda vestida de flamenca con los mismos colores. La España de charanga y pandereta ocupó al fin, a ojos de todo el mundo, el lugar que le correspondía desde que se empezó a hablar de 155. La misma alcaldesa destacó la unidad demostrada por los participantes en la fiesta, pero habría que preguntarse en torno a qué se congregó tanta unidad: los forofos de cualquier equipo muestran una complicidad sin fisuras en la grada, igual que los fans del cantante de turno o los militantes al calor del mitin. ¿Qué espectáculo sirvió aquí para justificar tal demostración de unidad? Pues eso: el patrioterismo pobrecito y elemental de quienes creen que España sigue siendo aquella cosa del cuartelillo y la carta de ajuste, de las gitanas con sus castañuelas y los sirvientes analfabetos, de la feria y la patrona, del debido respeto a don fulano de tal y de tanto arte que no se puede aguantar. Advertía Machado de que aquella España debía tener "su mármol y su día / su infalible mañana y su poeta", y vaya por Dios, cuánta razón tenía, por más que los poetas anden ahora más atentos a lo que les pasa del ombligo para abajo (mejor así, por otra parte). La unidad sólo puede considerarse a tenor de sus motivos, que en este caso hicieron un flaco favor a la causa defendida (lo que España necesita, urgentemente, es un argumento distinto de la bandera, por muy grande que sea, así como de todo el folclore añadido); y además es peligrosa por cuanto considera contrario a quien decide permanecer sin más fuera de sus dominios. Semejante encarnación del pueblo a lo Se llama copla en torno a la cuestión nacional significa un retroceso en algunos aspectos determinantes. Y éste representa ya un lujo muy caro.

Porque mientras insistamos en los volantes, las peinetas, el Que viva España y la exhibición de la ignorancia para defender la unidad de España, quienes recurren a elementos similares para exigir su disolución únicamente percibirán más legitimidad con tal de perseverar en su empeño. El de Ana Mula vestida de flamenca de rojo y amarillo es un país en el que muchos que rechazamos la causa independentista tampoco queremos estar. A lo mejor convendría proyectar la imagen de España como la de un territorio poseedor de un patrimonio cultural único, donde hoy conviven creadores admirados en todo el mundo, y con un enorme talento demostrado en diversos órdenes científicos, artísticos y literarios. Pero claro, es difícil optar por esta vía cuando el mismo Gobierno de Rajoy ha sido el encargado de defenestrar esta imagen. También, claro, igual para hablar de España en otros términos hay que parar a pensar y leer un rato, y como todos tenemos mucha prisa mejor sacamos la bandera y nos vestimos de flamenca, tachán tachán. Me pido el sombrero cordobés.

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