Tiempo Un frente podría traer lluvias a Málaga en los próximos días

F ASE 3, y yo con estos pelos. Hemos llegado aquí en tiempo récord, aunque, claro, no había ningún cronómetro al que rendir cuentas. La Junta se adjudicará sus méritos, el Gobierno los suyos. Y luego, bueno, igual alguien echa cuenta de los pardillos que llevan metidos desde marzo en sus casas, los que han rehuido caceroladas y manifestaciones, los que han preferido no salir todavía, vamos a aguantar un poquito por si acaso, cuando ya podían hacerlo, los que han acatado la permanencia en la fase 1 cuando el resto de Andalucía pasaba a la fase 2 como una decisión razonable, incluso con el negocio cerrado y la sangre hervida, que ya es decir, sin agravios ni conspiraciones, haciendo, sencillamente, lo que había que hacer; los que, en fin, con su prudencia han evitado un desastre mayor de manera anónima, para los que no habrá medallas, ni agradecimientos ni Princesas de Asturias, sólo la autoridad moral que confiere el trabajo bien hecho. Ahora, casi de un día para otro, nos encontramos con más libertades, más espacios a los que volver, más actividades que recuperar, aunque sea con la mascarilla puesta y la gélida inclinación nipona como sucedáneo fraudulento del apretón de manos. Acude uno entonces a las fuentes oficiales, bien, a ver qué puedo hacer ahora, qué se nos permite: podré volver a practicar piragüismo, debutar al fin en el noble arte del puenting, organizar una capea, escalar el Everest, invadir Nicaragua, comer murciélagos, amaestrar colibríes, tocar la vihuela, rociar con cianuro alguna obra maestra del surrealismo, meter el Mediterráneo en una taza de té, surcar el Polo Norte, cazar dragones en Albania, perseguir vampiros en Rumanía, volar a Neptuno, ganar la amistad de los hosteleros, escribir mis memorias, reducirlas a cenizas después, qué, ministro Illa, qué podemos hacer ahora que se nos hubiese negado antes. Encuentro en las mismas fuentes, de manera destacada, el permiso para volver a ocupar mi puesto en la barra del bar. Y es suficiente. Todo tiene sentido.

Porque es ahí, en la barra de un bar, donde en última instancia sucede lo verdaderamente importante. Es ahí donde la gloria nos alcanza o donde el desprecio nos excluye. Donde la amistad se cultiva y el olvido se siembra. Es ahí, en la barra, donde se manchan los periódicos, las cucharillas tiemblan, el hielo se derrite, la conversación cunde, la confesión se alienta, el tiempo se detiene, el espacio se contrae. En la barra todo está condenado a terminar mal y a recibir una nueva oportunidad, en la más fidedigna emulación de la existencia. En la barra se han escrito los más elevados poemas y se han pactado los armisticios más duraderos. Y ahora volvemos a ella, inmaculados, incandescentes. Nos piden las autoridades, eso sí, que guardemos la distancia, que no nos arrimemos demasiado, que el infierno sigue siendo el otro, que el riesgo de contagio persiste. Bien, al cabo una barra es una manera de estar solo. La más triste, derrotada e innoble profesión de ciudadanía.

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