Mañana celebraremos otra fiesta de la democracia. Así denominamos las jornadas electorales, aunque no sabemos qué piensa la democracia al respecto. Ya que, pasada la epifanía de las urnas, la fiesta se torna en trifulca. Algunos de los elegidos el 28A, en lugar del solemne acto de constitución del nuevo parlamento, parecía que participaban en una berrea. Por un momento se llegó a ver la sombra del iliberalismo planear a un lado y otro del arco parlamentario. Parece que no pocos electos compartan, con Victor orban & cia, la idea de que el tiempo de la democracia liberal ha terminado. El acatamiento de la Constitución, se compartan en mayor o menor medida sus contenidos, es una condición necesaria e ineludible para formar parte de los distintos poderes del Estado constitucional y de Derecho. Como no podía ser de otra forma. Algo que, a su vez, no impide a los parlamentarios trabajar para cambiarla en el ejercicio de las libertades políticas amparadas por esa misma Constitución.

El uso de fórmulas para eludir su acatamiento es un ejercicio de gamberrismo institucional. No es nada nuevo, desde la impostura de los diputados de Batasuna, hace décadas, hasta hoy hemos visto de todo. Lo peor es que cada vez son más y más esperpénticas las proclamas. Que quienes se han levantado contra la Constitución no deseen acatarla, tiene su lógica, lo que carece de todo sentido moral y político es que formen parte de aquello que quieren destruir. Lo de Podemos es algo más chusco: se han pasado la campaña leyendo artículos de la Constitución e inmediatamente después se resisten a acatarla. Igual de ridículo que los aspavientos de la derecha lanzando improperios contra la presidenta que se ha limitado a hacer, respecto a las distintas fórmulas para jurar o prometer, lo mismo que antes habían hecho otros presidentes/as de PP y C´s. Aunque en el caso de Vox, en lugar de a la Constitución parecía que juraban bandera. Por no hablar del histerismo ante la decisión de la mesa sobre la suspensión de los diputados presos. La mesa ha tardado 48 h. -no para deliberar sobre el qué sino sobre el cómo- en tomar la decisión batiendo probablemente el record de tiempo en la toma de decisiones importantes. Y esta lo era, sin duda, por lo que parecía prudente pedir el correspondiente informe a los letrados ya que, de no renunciar a sus escaños, las vacantes de los mismos conlleva consecuencias notables para la aplicación de la aritmética parlamentaria.

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