ESCRIBO esto con vómitos y algo de fiebre y la tripa hecha cisco -toco madera-, pero aun así tengo muy claro que algo se hizo mal con el protocolo contra el ébola en el hospital de Madrid donde estuvieron ingresados los dos misioneros españoles. Que una enfermera se haya contagiado, y peor aún, que no haya sido diagnosticada cuando ya tenía casi 39 grados de fiebre, es una pifia de las que incendian las redes sociales y dan alas a esos gritones que saben de todo -economía financiera e historia del siglo XVIII y virología tropical - aunque escriban con notorias faltas de ortografía y nos anuncian en sus tuits cómo hay que arreglarlo todo en dos patadas. Y la posterior rueda de prensa de la ministra Ana Mato ha sido otra vergüenza pública. Hoy por hoy, si Ana Mato sigue ocupando un cargo de responsabilidad, el PP se ha convertido en un partido kamikaze que ya no sabe ni adónde va. Se mire como se mire, han desaparecido los escasos rastros de vida inteligente que había en ese partido. Y que Dios -o el difunto comandante Chávez- nos asistan.

Pero lo peor que podemos hacer es caer en la histeria y en el alarmismo. El sistema sanitario español, pese a los recortes, sigue siendo uno de los mejores del mundo, y habría que estar muy orgulloso de esa enfermera -y de docenas de médicos y sanitarios como ella- que tuvieron las agallas de enfrentarse al ébola en un hospital de Madrid, igual que hay que estar muy orgullosos de los sanitarios voluntarios -religiosos y laicos- que luchan contra el ébola en África. En esta sociedad de niños mimados en que todos corremos a acusar al Gobierno o a quien sea porque nos duele un dedo, es bueno saber que hay gente que está dispuesta a jugarse el tipo por el bien de los demás, sobre todo cuando se trata de unos pobres africanos que no han tenido nunca nada. No sé cómo se llama esta enfermera contagiada, pero cuando lo sepa la pondré en un fichero donde guardo las fotos de mis héroes anónimos, junto a un director de escuela de Afganistán que fue asesinado por los talibanes por negarse a expulsar a sus alumnas, o un periodista mexicano que fue asesinado por publicar los nombres de algunos de los sicarios más crueles de su región. Honor a ellos.

Y una última observación: no se puede recortar a lo loco como se ha recortado aquí. Si hay que recortar, empecemos por los organismos inútiles y las tarjetas "opacas" de los peces gordos, pero dejemos en paz los laboratorios y la investigación y la sanidad. Si no queremos terminar, sí, como un nuevo país africano.

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