La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

En su burbuja

Con lo ágil y populista que estuvo Sánchez para permitir atracar al Aquarius y hoy no es capaz de ir a Arguineguín

Pedro Sánchez parece un presidente de escayola. Un figurín con mirada fija, al que todo le resbala, y toda crítica pareciera serle ajena. Como si la sensibilidad por lo que ocurre fuera, lejos de su círculo de afanados tiralevitas, estrategas, asesores y escribientes de insaciable placidez salarial, tuviera el desdén ingrato, acorde a la vanidad de su persona.

Que sepamos los muertos reales por el Covid no le interesa que se sepa. Ese recuento ennegrece su gestión. Fíjense qué tal va de ánimo transparente que hasta sus viajes en Falcon a conciertos y bodas familiares, o dar a conocer los amigos invitados por la boina a sus vacaciones pagadas por el erario público en Doñana, lo ha declarado secreto de Estado. Alega seguridad nacional, aunque más parece una cuestión de dureza facial.

En tiempos de marketing político y estrategias de comunicación más o menos innovadoras, hemos visto a políticos frecuentar mercados, obras, carreteras. Pero asombra ver a Sánchez recluido en su burbuja, sin visitar un hospital, una residencia de mayores, una oficina del Sepe. Allá por abril, tuvo oportunidad de visitar el improvisado y exitoso hospital montado en Ifema, en Madrid, con motivo del primer brote de la pandemia. Pero no fue. Parece querer evitar cualquier lugar donde haya un mínimo trayecto en el que pueda ser objeto de la ira gritona del pueblo. Su monologuista "aló presidente", con las preguntas de periodistas, eso sí, escogidos por su Secretario de Estado, daban por cumplida la exposición pública.

Con lo ágil y populista que anduvo entonces para permitir atracar en puerto valenciano al Aquarius, y hoy ni siquiera es capaz de ir al muelle de Arguineguín a observar de primera mano el drama humanitario con el que ha dejado solos a los canarios. Sánchez no pasea como cuando cogió su coche y gambeteó provincias y casas del pueblo. Ya dejó la calle porque no quiere dar oportunidad a desconsideraciones impertinentes del populacho, con escrache al uso, que afeen su liderazgo. La ensoberbecida insistencia en la perfección de su figura, debe guardarse de compartir lugares con el pueblo donde éste pueda demostrarle el amor que le profesa. Ya llegará la campaña electoral. Pero hasta entonces, moqueta, Falcon y coche oficial. El barro puede esperar.

Incluso viene bien el estado de alarma, para callar a la calle, limitada de aforo como está, tras su enjuague cotidiano de mentiras y su estilo de hacer política sembrando frentismo más que socialismo.

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